Aceite de cannabis: científicas comprobaron que es eficaz para epilepsias resistentes a fármacos

Por Nicolás Retamar para AGENCIA DE NOTICIAS CIENTÍFICAS UNQ

Un equipo de especialistas argentinas publicó el estudio en la revista Epilepsy & Behavior. El hallazgo ratifica el rol fundamental de esta planta en la salud.

Científicas argentinas comprobaron que complementar la medicación correspondiente con aceite de cannabidiol –sustancia química que se encuentra en la planta de marihuana– es eficaz en epilepsias que afectan solo a una parte del cerebro y son resistentes a los fármacos. El estudio, que tuvo una duración de seis meses, fue publicado en la revista Epilepsy & Behavior y su objetivo fue evaluar la eficacia, seguridad y calidad de vida en pacientes adultos. De 44 personas que formaron parte del proceso, más del 85 por ciento redujo a la mitad sus convulsiones mensuales. La publicación estuvo liderada por Silvia Kochen, neurocientífica especialista en cannabis e investigadora principal del Conicet.

“Lo que observamos fue que los pacientes tuvieron una excelente respuesta, con una reducción de la frecuencia de crisis que generaba un cambio en la calidad de vida. Además, hubo una escasísima presencia de efectos adversos que cuando estaban solo se referían a manifestaciones gastrointestinales. No hubo ningún efecto severo que obligara a retirar a una persona del estudio, como puede ocurrir en otros casos”, destaca Kochen, en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes.

El aceite de cannabidiol (CBD) se utiliza para el tratamiento de distintas epilepsias. Créditos: Infobae.

De un total de 44 pacientes, más de 10 redujeron sus convulsiones un 80 por ciento y la mayoría de los que formaron parte del estudio disminuyeron sus episodios mensuales en un 50 por ciento. La dosis final que utilizaron las investigadoras fue de 335 mg/d administrados por vía oral y ningún paciente informó efectos adversos graves.

Para escoger el tipo de población determinada, las científicas seleccionaron a adultos que tenían un diagnóstico de epilepsia focal, es decir, un tipo de epilepsia que comienza en una zona de la corteza cerebral localizada. A su vez, buscaron personas cuya enfermedad no respondiera a ninguno de los tratamientos médicos convencionales, pero que tampoco fueran candidatos para la cirugía de la epilepsia, una alternativa terapéutica que se utiliza en hospitales.

Una sustancia especial

El aceite de cannabidiol (CBD) se aprobó como medicamento anticonvulsivo para el tratamiento de tipos poco comunes de epilepsia que ocurren en niños, como el síndrome de Dravet, el síndrome de Lennox-Gastaut y el complejo de esclerosis tuberosa. Sin embargo, había pocas investigaciones en torno al CBD y las personas adultas con convulsiones focales que se manifiestan en una zona determinada del cerebro.

Según destacan las investigadoras en el estudio, el aceite de CBD altamente purificado de cannabis sativa es el único fármaco derivado del cannabis que demostró actividad anticonvulsiva en trabajos anteriores. En 2018 fue aprobado por la Administración de Drogas y Alimentos de los Estados Unidos como medicamento anticonvulsivo para el tratamiento del síndrome de Dravet y el síndrome de Lennox-Gastaut. En 2019, la Agencia Europea del Medicamento siguió sus pasos con las mismas indicaciones.

Cada vez contamos con más evidencia científica sobre la respuesta excelente que presentan muchas de estas patologías con el uso del cannabis y cómo median en las emociones de las personas”, resalta la especialista.

Controlable y desconocida

La epilepsia es un trastorno crónico no transmisible del cerebro que puede afectar a gente de todas las edades. Se caracteriza por convulsiones recurrentes (descargas eléctricas excesivas en un grupo de células cerebrales que pueden producirse en diferentes partes del cerebro), que se traducen en episodios breves de movimiento involuntario y que pueden involucrar una parte o todo el cuerpo. Además, puede ir acompañado de pérdida de conciencia, control del intestino y de la vesícula.

Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de 50 millones de personas en todo en el mundo sufren este trastorno, de las cuales el 80 por ciento se encuentra en países de ingresos bajos y medios. Esta enfermedad neurológica es una de las más comunes y se estima que hasta el 70 por ciento de las personas que la padecen puede llevar una vida normal si recibe el tratamiento adecuado, algo que no suele suceder en los países empobrecidos.

Sobre las epilepsias resistentes a fármacos, investigadores españoles advierten que afecta a una cuarta parte de quienes transitan la enfermedad. Aunque este trastorno puede tener bases genéticas, infecciosas, metabólicas e inmunológicas, todavía se desconoce su causa en la mitad de los casos a nivel mundial.

Fuente: Agencia de Noticias Científicas UNQ 

 

Una app para los problemas de salud mental: riesgos y desafíos en la coexistencia continua de lo digital y lo analógico

Por Victoria O´Donnell

La presencialidad cuesta y la oferta de ayuda rápida y asequible gana terreno. ¿Son efectivas y seguras estas herramientas?

En la era digital, la tecnología ha permeado prácticamente todos los momentos y necesidades de nuestra vida cotidiana, incluida la búsqueda de tratamientos en salud mental. Con más de 10.000 aplicaciones disponibles y numerosos obstáculos para acceder a la atención en salud mental de manera presencial, especialmente en poblaciones de menores ingresos (a quienes se les suman las barreras económicas además de la estigmatización), la oferta de ayuda rápida y asequible se vuelve sumamente atractiva. Sin embargo, surge la pregunta: ¿son estas herramientas verdaderamente efectivas y seguras?

A pesar de su gran potencial, muchas aplicaciones son desarrolladas por startups o empresas que carecen de los protocolos de desarrollo que requieren el involucramiento de profesionales de la salud mental (se estima que menos del 2% cuenta con estudios clínicos aprobados que respalden su eficacia). Durante la pandemia, en Estados Unidos la regulación de la Food and Drug Administration (FDA) se volvió más laxa para poder sortear las barreras físicas del contexto, aumentando como efecto colateral la preocupación sobre la calidad y validez de estas herramientas (está en debate si se retrocede en la medida). 

Antes de la pandemia, las aplicaciones tenían que ser más conservadoras en los claims/afirmaciones o promesas de valor que tenían mientras que ahora pueden, con muy poco, posicionarse como tratamientos o sustitutos de atención. Es decir, aplicaciones que antes solo se podían promocionar como instrumentos de “wellness” o de bienestar, luego de la pandemia pueden usar términos médicos o psicológicos como ansiedad o depresión, así como también hacer mención a tipos de terapia (cognitiva, gestáltica) y prometer un resultado esperado (reducción de síntomas por ejemplo). 

En un escenario de baja accesibilidad, y baja calidad de información para la toma de decisiones, los jóvenes, nativos digitales por excelencia, son especialmente vulnerables a los riesgos de este tipo de propuestas si no son debidamente desarrolladas y evaluadas. El peligro de que se utilicen esos datos indebidamente, o se filtren por una seguridad deficiente, y se puedan usar para decidir sobre la empleabilidad, el valor del seguro o simplemente exponer la vida íntima de una persona de manera pública sin un consentimiento informado es aterrador y posible.

Mientras los profesionales de la salud mental enfrentan estrictas regulaciones y sanciones en su ejercicio, y los datos de salud son considerados sensibles por la legislación nacional, las sugerencias de descargas están basadas en las calificaciones en Apple Store y Google Play, donde lo que se pone en juego es la bondad de ajuste al algoritmo de posicionamiento, el marketing y los recursos invertidos. 

La seguridad, eficacia, anonimización, mantenimiento, robustez e integración con los sistemas sanitarios deberían ser algunos de los criterios que permitan identificar y priorizar los desarrollos responsables. 

Las aplicaciones de salud mental pueden ser un aliado clave permitiendo y fortaleciendo la aplicación diaria de estrategias indicadas contra los padecimientos por parte de los profesionales y ofreciendo disponibilidad y atención continua, entre otras ventajas. Ya existen aplicaciones desarrolladas con muchísima responsabilidad y casos de éxito tanto a nivel nacional, con honrosos representantes, como a nivel internacional. También se están construyendo marcos de regulación y de evaluación muy interesantes y responsables. Es inicuo entonces también para esas iniciativas rigurosas que no se haya conseguido aún implementar el ecosistema necesario para poder ordenar este universo. 

Tanto el usuario como los profesionales de la salud, deben tener las herramientas para poder distinguir de manera eficiente entre aquellos desarrollos que aportan beneficios en un tratamiento y aquellos que desalientan la atención o presentan riesgos a nivel seguridad e impacto. De ese modo, entonces, los responsables de la atención en salud mental podrían decidir si les resulta útil incorporar alguna aplicación como complemento del tratamiento o también alertar sobre su uso (imprescindible en un escenario de adopción masiva de inteligencia artificial generativa en forma de chatbots que se alimentan de tecnologías como GPT, Bard o similares sobre las que existe aún un entendimiento incompleto).

Argentina lidera mundialmente en cantidad de psicólogos por habitante (200 cada 100.000) con lo cual tiene un gran potencial para abordar esta problemática. Incluir profesionales de la salud y usuarios desde el desarrollo, la implementación hasta el seguimiento bajo un marco regulatorio claro y atento es necesario para que sea una intersección virtuosa entre tecnología y salud. Aunque a priori suene un tema de nicho, cómo se lidia con los padecimientos o los malestares psicológicos en un contexto de coexistencia continua de lo digital y lo analógico se vuelve ubicuo, importante y urgente. 

Como en muchos otros temas, la normativa y concientización suelen correr por detrás de la hipervelocidad de lo que se denomina la era exponencial. Sin embargo, dado el resguardo que les debemos a la población joven de poder desarrollarse con el derecho a la intimidad y el resguardo de su privacidad (como tuvimos, en parte, los que crecimos analógico), como también a entornos de prevención y tratamiento que preserven su bienestar, la preocupación y gestión de riesgos de estos temas no pueden demorarse mucho más. La acción conjunta del Estado, de las organizaciones, universidades, sociedad civil y regiones es esencial para poder hablar francamente del mayor secreto a voces que es la problemática de salud mental en sus distintas expresiones.

El rol del Estado: algunas alternativas

Además de poder propiciar las conversaciones pertinentes para la prevención, promoción y tratamiento oportuno, con un adecuado marco en la esfera digital existen por lo menos 3 modelos de involucramiento desde el Estado que pueden coexistir: 

  1. Que el Estado pueda tener desarrollo propio de aplicaciones, como en algunas regiones de Corea del Sur y Estados Unidos;
  2. Modelos mixtos de reintegro donde el Estado o las obras sociales realizan devoluciones por el costo de las aplicaciones aprobadas si son pagas como si fuera una prestación más, como sucede en Alemania; 
  3. Desarrollos privados sin integración estatal, como ocurre en la mayoría de los países, por el momento. 

No importa por cual se decida, en todas las expresiones es necesario una normativa clara y un monitoreo constante, como también un consenso social y político de poder problematizar estas temáticas y abordarlas con los recursos necesarios y conocimientos pertinentes. 

La salud mental, una problemática social

La influencia del entorno en muchas de las aflicciones psicológicas hace que las ciencias sociales no puedan ser ajenas a los debates que se dan sobre las subjetividades y la forma en la que se padecen y se abordan. No por nada, uno de los libros fundacionales de la sociología trata el suicidio como fenómeno social y corona a Durkheim como uno de los principales referentes de la ciencias sociales cuantitativas. 

Poder individualizar el tratamiento es un abordaje lógico. Sin embargo, no es posible dejar de lado la lectura sobre los condicionantes sociales y culturales del malestar ni las transformaciones a nivel comunitario. Cargar a una persona de manera individual con toda la carga y el costo que en muchos casos expresan las fricciones que la rodean sin evaluar el ambiente que se le propicia a nivel social es cuanto menos injusto para quien lo padece. Esto nos lleva a preguntarnos si los entornos que generamos y sostenemos (desde el aspecto más material del urbanismo y sus parques hasta lo más etéreo de lo simbólico y las representaciones culturales) son promotores de buena salud mental y propician el tratamiento y la recuperación.

La discordancia entre la relevancia del tema a nivel individual, en charlas íntimas o de círculos cercanos, y su lugar en la agenda pública es llamativa. Mucha gente oculta que toma medicación o que tiene algún diagnóstico o simplemente que le cuesta lidiar con las circunstancias y no se siente “funcional” en las expectativas propias y/o sociales. Como cientistas sociales esa brecha es en sí misma un fenómeno que despierta alertas y la necesidad de examinarlo con más detenimiento. Incluso grupos muy abiertos e inclusivos con otras temáticas en salud mental muchas veces caen, y caemos, en estigmas o tabúes que no se corresponde con el resto de nuestra mirada sobre lo social ni con la prevalencia que tienen estos problemas a nivel mundial. 

Junto al feminismo, el ambientalismo y la búsqueda por mayor equidad, la lucha por una mejor promoción y atención en salud mental son andamiajes claves y necesarios para todo desarrollo sustentable e inclusivo en nuestros tiempos. La perspectiva tanto de las ciencias sociales como desde la tecnología son dos miradas que no pueden quedar afuera de las reflexiones sobre las transformaciones que necesitamos en esa dirección.

Fuente: Cenital

 

¿Es saludable beber alcohol o lo mejor es ni probarlo?

Por Elena Sanz para SINC.

Varios expertos se han expedido sobre los últimos estudios de consumo de alcohol y su impacto en la salud, ya que cada vez más gente cree que tiene algún beneficio, cuando no es real.

Son las 9 de la mañana, y el laboratorio está en absoluto silencio. Rudolph Schutte prepara una solución de etanol al 70 % para desinfectar los equipos cuando, de buenas a primeras, levanta la vista de los instrumentos y suelta una sonora carcajada. “Es asombroso, absolutamente increíble, que consumamos por diversión la misma sustancia que usamos para matar bacterias y virus”, dice para sus adentros este experto en fisiología cardiovascular y epidemiología de la Universidad Anglia Riskun (Reino Unido).

La anécdota nos la cuenta al preguntarle por sus últimos estudios acerca de los efectos del consumo de alcohol sobre la salud y los mitos acerca de la protección cardiovascular entorno a esta sustancia. “El gel hidroalcohólico que empleamos desde que empezó la pandemia de covid-19 para desinfectar las manos es precisamente eso, alcohol, etanol”, puntualiza. Y ese etanol no solo destruye microorganismos: destruye en general a las células. “Está claro que nos han tenido que lavar muy bien el cerebro para que nos hayamos creído que consumir alcohol podría tener algún beneficio para la salud, ¿no le parece?”, continúa.

 
La última encuesta de consumo de drogas realizada en España por el Ministerio de Sanidad indica que cada vez más gente cree que beber alcohol es saludable o forma parte de una dieta equilibrada. / © Adobe Stock

No le faltan razones para estar asombrado. Para empezar, porque el alcohol se relaciona de manera causal con más de 200 enfermedades y con 6 tipos de cáncer. Pero también porque, a escala global, es el tercer factor de riesgo relacionado con los estilos de vida con mayor carga de enfermedad. Y sin embargo, la última encuesta de consumo de drogas realizada en España por el Ministerio de Sanidad indica que cada vez más gente cree que beber alcohol es saludable o forma parte de una dieta equilibrada.

Estudios fallidos por mala praxis
 

Uno de los motivos por los que hasta ahora los estudios arrojaban datos confusos sobre los verdaderos efectos del alcohol, opina Schutte, es que las comparaciones se hacían entre abstemios y bebedores. “Eso suponía un problema, porque un largo porcentaje de abstemios lo es por problemas de salud, lo que implica que en realidad son un grupo de alto riesgo, y no un adecuado grupo de control”, aclara. La buena noticia es que este aspecto de los estudios ha cambiado y se suele calcular el riesgo (o beneficio) del consumo de alcohol comparando a los bebedores ocasionales con los consumidores moderados. “Y ahí ya se está viendo claramente que la relación entre consumo de alcohol y salud es lineal”, avanza Schutte.

Otra mala praxis que enmascaraba el perjuicio que supone el consumo de alcohol era mezclar todo tipo de bebidas alcohólicas en los estudios epidemiológicos. “Se ha hecho aun sabiendo que el efecto perjudicial del vino es mucho menor que el de la cerveza y otra bebidas espiritosas”, lamenta el investigador, que no es nada partidario de meterlas a todas en el mismo saco.

A esto se le suma que, en lo que a salud cardiovascular se refiere, hasta hace poco el foco de atención se centraba en los efectos de la bebida sobre la incidencia de enfermedades de las arterias coronarias y de infarto de miocardio. Si se amplía a otras patologías vasculares, los posibles efectos protectores del alcohol desaparecen.

Los expertos insisten en que la mejor recomendación es el consumo cero de alcohol. / Pixabay

“Existe una asociación favorable entre el alcohol procedente del consumo de vino y la salud coronaria, que por cierto aún no sé explicar, quizás se deba al popular el revesratol”, apunta el científico. “Pero el consumo de otras bebidas alcohólicas tiene el efecto contario: hace que aumenten las cardiopatías”.

Mejor no consumir, y si se hace, lo mínimo
 

La conclusión de Schutte es rotunda: la cantidad recomendada de alcohol debería ser cero. “Mis investigaciones indican que incluso una o dos pintas de cerveza al día pueden perjudicar a la salud”, justifica en alusión al estudio que acaba de publicar en la revista científica Journal of Hyperthension basado en el seguimiento a 500.000 pacientes durante siete años.

Rosario Ortolá, investigadora en el departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid, es de la misma opinión. “Venimos de unos años de mensajes confusos a la población basados en algunos estudios epidemiológicos que afirmaban que beber una o dos bebidas alcohólicas al día mejoraba la salud cardiovascular, incluso se empezó a recomendar una copita de vino diaria como hábito saludable, pero los estudios tenían déficits metodológicos importantes”, corrobora. En efecto, una vez que se han corregido, hemos visto que el consumo de alcohol es dañino incluso en cantidades pequeñas.

“Lo que decimos en Salud Pública ahora mismo es que no hay evidencia científica alguna de que para mejorar la salud haya que recomendar beber alcohol y que, aunque los riesgos de beber un vaso de alcohol al día son ínfimos, está demostrado que aumenta riesgo de cáncer, mama, colon y estómago”. Razones de sobra, subraya, para que sea mejor evitarlo. “No consumir alcohol, y si se consume, cuanto menos mejor: ese es el mensaje”, resume. Aunque es consciente de que la misión de la Salud Púbica nos es prohibir sino informar sobre los riesgos “para que cada persona tome una decisión con conocimiento de causa”.

Ortolá es partidaria de desterrar la expresión “consumo moderado” y reemplazarla por “consumo de bajo riesgo”. “Es lo que se está empezando a hacer en los círculos epidemiológicos, y esa nueva terminología implica que asumimos que el riesgo cero no existe cuando consumimos alcohol”, matiza.

El caso particular del vino
 

¿Y el resveratrol? ¿Ha dejado de ser la panacea este polifenol, antioxidante natural, presente en los arándanos, la uva y el vino tinto? Pues no está tan claro y, aunque lo fuera, “querer consumir este polifenol antioxidante tan potente nunca puede ser una justificación para beber alcohol, porque está presente también en muchas frutas”.

Las personas que consumen vino suelen tener mayor nivel socioeconómico, siguen dietas más saludables y practican más ejercicio físico. / Pixabay

Puesta a desterrar mitos, Ortolá también pone en duda que los beneficios del vino sean tan distintos a las del resto de bebidas. “Posiblemente es una ilusión óptica, una mala interpretación de los datos: obviamos que las personas que consumen vino suelen tener mayor nivel socioeconómico, siguen dietas más saludables y practican más ejercicio físico”.

Maira Bes Rastrollo, profesora de medicina preventiva y salud pública en la Universidad de Navarra, incorpora algunos matices. “Aunque como experta en salud pública soy partidaria del alcohol cero, basándonos estrictamente en las evidencias no podemos simplificar tanto el mensaje”. Está claro que no se debe fomentar que quien no consume alcohol empiece a hacerlo. Pero, ¿qué pasa con las personas que ya beben y quieren seguir haciéndolo? “Pues todo depende de la edad: en menores de 30 años, la tolerancia con el alcohol debe ser cero, ninguna persona debería beber; pero a partir de los 40 la cosa cambia un poco”, le explica a SINC.

Lo hace poniendo sobre la mesa datos del último informe sobre la Carga Mundial de las Enfermedades (Global Burden of Disease, en inglés), publicados por la revista The Lancet hace pocos meses. Los análisis indican que el 59,1 % de los adultos jóvenes con edades comprendidas entre 15 y 39 años están consumiendo cantidades de alcohol que ponen en riesgo su salud. Y si nos fijamos solo en los hombres se eleva hasta el 76,7 %. Preocupante, no cabe duda.

Sin embargo, y aquí viene la polémica, los datos indican también que a partir de los cuarenta “un consumo muy, muy moderado puede tener cierto efecto protector frente a enfermedades cardiovasculares y diabetes”. En esos casos, en lugar de indicarle al paciente tajantemente “deje usted de beber”, se le puede recomendar “mantener un consumo muy moderado, optando preferentemente por vino tinto, sin llegar jamás a emborracharse, repartido a lo largo de toda la semana y acompañando siempre a las comidas”, relata la investigadora. Es decir, lo que los expertos denominan un patrón mediterráneo del consumo de alcohol.

Informar como en el etiquetado como con el tabaco
 

Bes está implicada en un proyecto llamado Nameti que aspira a ser el primer estudio en medir de manera objetiva la influencia que la bebida tiene en nuestro organismo, con un ensayo aleatorizado y sin influencia de la industria. Para despejar las dudas sobre los efectos del alcohol de una vez por todas.

Sea cual sea el resultado, si algo tiene claro Maira Bes es que “si alguien bebe mucho alcohol, la recomendación será siempre que disminuya el consumo, aunque cuánto exactamente dependerá de su edad”. Pero “bajo ningún concepto los expertos en salud podemos recomendarle a un paciente que empiece a beber como medida protectora, eso es una aberración”, insiste la investigadora navarra.

Esto se explica no solo por las implicaciones fisiológicas directas, sino porque el alcohol dispara el riesgo de accidentes de tráfico, pérdida de autocontrol y depresión. Además de que se le atribuyen el 22 % de las muertes con violencia interpersonal, aumenta el riesgo de contraer tuberculosis y sida.

Parecen motivos de sobra para que la Sociedad Española de Epidemiología (SEE) reclame  que se obligue por ley a incorporar en las bebidas alcohólicas un etiquetado con información nutricional y advertencias sobre los daños que produce el consumo de alcohol, de forma similar a lo establecido con los envases de tabaco, como ya han hecho varios países europeos.

 
 
 
 
Fuente: SINC.