Consumo responsable de ropa: ¿sabemos cuánta se recicla y cómo contamina?

Por Cristina Sáez para SINC.

Compramos un 60 % más de ropa que hace una década, aunque, paradójicamente, la llevamos puesta menos que nunca, ya que la tiramos cuando la hemos usado menos de 10 veces. Solo el 1 % se recicla y el resto se convierte en residuos contaminantes como los microplásticos.

El uso en aumento de fibras sintéticas, la base de la moda rápida, propicia que llevemos puestos plásticos tratados con miles de sustancias químicas dañinas para la salud y el medioambiente.

En esta época de rebajas, entre los artículos que más consumismos está precisamente el textil. Según la ONU, compramos un 60 % más de ropa que hace una década. De hecho, entre 2000 y 2015 la producción de estas prendas en el mundo se duplicó, mientras que su uso se redujo. Se estima que, de media, desechamos la ropa después de haberla usado solo entre siete y ocho veces. En Europa, cada persona consume 26 kg al año y tira 11 kg, lo que traduce en 5,8 millones de toneladas de residuos textiles anuales.

Lejos de lo que se suele pensar, menos del 1 % se recicla para hacer prendas nuevas, de acuerdo con datos de la Fundación Ellen MacArthur. La mayoría, alrededor del 87 %, o bien se incinera, lo que conlleva emisión de gases tóxicos a la atmósfera —el sector textil es el responsable de entre el 5 % y el 10 % de las emisiones globales de CO2, más que los vuelos internacionales y el transporte marítimo juntos—. O bien acaba en vertederos de Europa del este, Asia, África o América del Sur.

En Europa, cada persona consume 26 kg de ropa al año y tira 11 kg, lo que traduce en 5,8 millones de toneladas de residuos textiles anuales. / EFE/ Sebastián Mariscal

En este sentido, las imágenes del desierto chileno de Atacama cubierto por verdaderas praderas de camisetas, tejanos o chaquetas son ya, lamentablemente, icónicas. De la misma forma que lo son las montañas textiles de Ghana o las de los brazos gigantes, como arañas, de tejidos embarrancados en las playas del hemisferio sur. Esos millones de toneladas de ropa se van descomponiendo lentamente y, por procesos de lixiviación, emanan gases tóxicos para las personas que hurgan en las pilas de deshechos y acaban convirtiéndose en gases de efecto invernadero.

“Como la ropa que se fabrica y que compramos es cada vez de peor calidad, se puede recuperar cada vez menos”, lamenta Gema Gómez, directora ejecutiva de Slow Fashion Next, una plataforma pionera de formación en moda, sostenibilidad y negocio.  Reciclar una prenda, explica, requiere un trabajo manual de retirado de botones y cremalleras, para empezar, lo que complica y encarece el proceso de recuperación.

Además, señala, “a menudo [las prendas] contienen mezcla de fibras, como algodón y poliéster, lo que hace que no se reciclen porque resulta muy costosa la separación de materiales.

La industria de la moda es la cuarta causa de presión ambiental del planeta, después de la alimentación, la vivienda y el transporte, debido al consumo acuciante de recursos que realiza.

Por ejemplo, para producir una camiseta de algodón se necesitan unos 2.700 litros de agua, la misma cantidad que bebe una persona en 2,5 años. Y, por si todo esto fuera poco, la ONU señala que es la segunda industria más contaminante del planeta.

Una producción que no para de crecer
 

Actualmente, se producen unos 109 millones de toneladas anuales de material textil, de las cuales 32 millones proceden de plantas, como el algodón o el bambú; 7 millones de fuentes animales, como la lana; y 1,7 millones de fibras celulósicas, como el liocel. Se llevan la palma las fibras sintéticas, como elastano, vinilo, acrílico, obtenidos a partir del petróleo, que suponen un 68,2 % del total fabricado. De estas, el poliéster es la más utilizada, con 57,1 millones de toneladas, según recoge la organización Fibershed.

“En los años 70 y 80, la mayoría de las fibras usadas para la ropa eran naturales. En el año 2000 ya se igualó el consumo de estas y el de poliéster, mientras que ahora dos tercios del total son sintéticas”, resume Ethel Eljarrat, investigadora del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC) y organizadora de las jornadas sobre contaminación por plásticos, Plastic’2022, centradas en la industria textil.

El motivo por el que las empresas optan cada vez más por el poliéster es que “es mucho más barato” que las fibras naturales, apunta la científica. Eso explica en buena medida por qué entre el año 2000 y 2020 se duplicó su producción, de acuerdo con el informe Fossil Fashion, de la fundación Changing Markets, lo que, a su vez, contribuyó al gran auge del fast fashion y recientemente del ultra fast fashion, prendas tan baratas que permiten cambiar de armario casi cada pocos días.

“Las fibras sintéticas son las que han abierto la puerta al sobreconsumo de la moda. Con otros materiales, sería impensable”, señala Gómez, que alerta de que, además, ahora con la compra de ropa de poliéster “estamos financiando la guerra de Ucrania”. Esta experta en sostenibilidad explica que las dos fábricas mundiales principales de poliéster están ubicadas en China e India, que importan petróleo ruso para fabricarlo. “De las principales 50 marcas que hacen ropa de poliéster, 39 compran en alguna de esas dos fábricas”, afirma.

 

«Dicen que tienes veneno en la piel»

El problema de usar poliéster no es solo que procede de un combustible fósil altamente contaminante, sino que, además, para tratarlo y darle las propiedades deseadas a los polímeros de plástico que lo componen se les debe someter a una serie de procesos en los que se emplean una gran cantidad de sustancias químicas.
 

De hecho, “se asocian más de 10.000 aditivos químicos a la ropa, de los que 2.400 generan preocupación por temas de salud y 60 de los cuales ya se ha demostrado en estudios científicos que son bastante dañinos, con capacidad para causar problemas de tiroides, cáncer, diabetes o infertilidad”, resalta Eljarrat.

Si bien las fibras sintéticas son las que contienen más de estas sustancias como tintes, metales pesados, ftalatos, bisfenoles, filtros solares o sustancias perfluoradas —que pueden representar más del 50 % de su peso—, también los tejidos naturales las contienen, aunque en una proporción muy inferior. “Un kilo de poliéster contiene hasta 580 aditivos químicos”, asegura Gómez.

En este sentido, la Universidad Rovira i Virgili realizó un estudio que concluye que el uso continuado de prendas de vestir fabricadas con poliéster podría resultar peligroso para la salud. Para ello, analizaron la composición de 150 prendas de distinto origen, procedencia y marca; constataron que muchas contenían metales que al estar en contacto con la piel podían resultar tóxicos. El caso más preocupante era el de las camisetas para running o fútbol, en las que hallaron antimonio, una sustancia que se usa como catalizador para fabricar las fibras de poliéster y que puede quedar impregnado en ellas. En contacto frecuente con la piel, puede provocar irritaciones, alergias, ser absorbido por el organismo y ocasionar problemas de salud serios.

Otro estudio en EE UU  analizó 77 prendas de bebé de distintas tiendas y halló BPA o bisfenol A, una sustancia química industrial usada para fabricar ciertos plásticos, considerada un potente disruptor hormonal, en el 82 % de las muestras. Estaba más presente en los tejidos sintéticos y era más abundante en los calcetines, que los bebés suelen chupar y meterse en la boca. El estudio estimaba que a través de la ropa los niños estaban expuestos a 7,20 nanogramos por kilo de peso y día, cuando las recomendaciones de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria señalan que el máximo tolerable es de 0,04 nanogramos por kilo de peso y día.

“A diferencia de la alimentación, en la ropa no se controlan los productos químicos que se utilizan y no tenemos conciencia, como sociedad, de que aquello que llevamos encima puede permear a través de la piel y pasar a la sangre”, destaca Gómez, que recuerda que desde hace años distintos sectores de la sociedad reclaman que se legisle para que las empresas textiles estén obligadas a poner en la etiqueta todo lo que la prenda contiene.

Microplásticos en todas partes

El problema de la contaminación por compuestos químicos se agrava aún más en el caso de las fibras sintéticas porque se fragmentan en pedazos muy pequeños. Se estima que unos 0,5 millones de toneladas de microfibras, tanto naturales como sintéticas, acaban en mares, océanos y ríos cada año.
 
En el caso de aquellas procedentes de tejidos como el poliéster se consideran microplásticos y son capaces de atraer y acumular las sustancias tóxicas presentes en el medio marino y de transportarlas a largas distancias. Una vez en el mar, los microplásticos se fragmentan en pedazos más pequeños, por la acción de la luz solar y del oleaje, y se van transformando en nanoplásticos, que tienen aún más capacidad de penetrar en el organismo e incluso en las células.
 
FOTOGRAFÍA DE ALEXANDER STEIN, JOKER/ULLSTEIN BILD/GETTY IMAGES

Tanto unos como otros son irrecuperables del medio ambiente. Son ingeridos por la fauna marina, que los confunden con el plancton, y se acumulan en sus tejidos y órganos a lo largo de su vida, lo que les provoca toxicidad crónica. “Se los comen los peces y nosotros nos comemos a los peces y, por tanto, ingerimos todos esos microplásticos acumulados”, destaca Eljarrat.

Según el informe Nature of Fashion, se calcula que hay unos 900 microplásticos por cada metro cuadrado de tejido sintético. Esas microfibras se desprenden al lavar la ropa en la lavadora —se estima que cada vez que ponemos una lavadora se generan cerca de 2.000 fibras de plásticos— y también al secarla en la secadora. Un estudio reciente concluía que una sola secadora liberaba hasta 120 millones de microfibras anuales.   

Los microplásticos procedentes de la industria textil suponen un tercio de los que contaminan el medio marino. Aunque en teoría en occidente las aguas residuales se tratan en estaciones depuradoras, parte de esos microplásticos se cuelan hacia el mar. Otra parte queda retenida en los fangos de la depuradora, y esos residuos luego se usan como abono en tierras agrícolas. “Estamos esparciendo microplásticos por todos lados y afectando a otros sectores”, denuncia Eljarrat.

La exposición a esos microplasticos y a las sustancias químicas que contienen afectan a la salud humana. Actúan como disruptores hormonales e incluso en concentraciones bajas pueden ocasionar mutaciones a escala celular graves. “Se han encontrado microplásticos en heces humanas, en la leche materna, incluso en la placenta. Estamos expuestos a ellos incluso antes de nacer”, se lamenta Eljarrat.

Pero no solo estamos expuestos al ingerirlos, también los inhalamos. En el IDAEA-CSIC acaban de comenzar una investigación en este sentido. “De momento, vamos viendo que de todas las partículas del aire que recogemos en ambientes interiores, como casa, transporte, oficina, hallamos una concentración de compuestos tóxicos en suspensión, dentro de los cuales destacan los microplásticos de las fibras textiles”, apunta Eljarrat.

Fuente: SINC.

Aceite de cannabis: científicas comprobaron que es eficaz para epilepsias resistentes a fármacos

Por Nicolás Retamar para AGENCIA DE NOTICIAS CIENTÍFICAS UNQ

Un equipo de especialistas argentinas publicó el estudio en la revista Epilepsy & Behavior. El hallazgo ratifica el rol fundamental de esta planta en la salud.

Científicas argentinas comprobaron que complementar la medicación correspondiente con aceite de cannabidiol –sustancia química que se encuentra en la planta de marihuana– es eficaz en epilepsias que afectan solo a una parte del cerebro y son resistentes a los fármacos. El estudio, que tuvo una duración de seis meses, fue publicado en la revista Epilepsy & Behavior y su objetivo fue evaluar la eficacia, seguridad y calidad de vida en pacientes adultos. De 44 personas que formaron parte del proceso, más del 85 por ciento redujo a la mitad sus convulsiones mensuales. La publicación estuvo liderada por Silvia Kochen, neurocientífica especialista en cannabis e investigadora principal del Conicet.

“Lo que observamos fue que los pacientes tuvieron una excelente respuesta, con una reducción de la frecuencia de crisis que generaba un cambio en la calidad de vida. Además, hubo una escasísima presencia de efectos adversos que cuando estaban solo se referían a manifestaciones gastrointestinales. No hubo ningún efecto severo que obligara a retirar a una persona del estudio, como puede ocurrir en otros casos”, destaca Kochen, en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes.

El aceite de cannabidiol (CBD) se utiliza para el tratamiento de distintas epilepsias. Créditos: Infobae.

De un total de 44 pacientes, más de 10 redujeron sus convulsiones un 80 por ciento y la mayoría de los que formaron parte del estudio disminuyeron sus episodios mensuales en un 50 por ciento. La dosis final que utilizaron las investigadoras fue de 335 mg/d administrados por vía oral y ningún paciente informó efectos adversos graves.

Para escoger el tipo de población determinada, las científicas seleccionaron a adultos que tenían un diagnóstico de epilepsia focal, es decir, un tipo de epilepsia que comienza en una zona de la corteza cerebral localizada. A su vez, buscaron personas cuya enfermedad no respondiera a ninguno de los tratamientos médicos convencionales, pero que tampoco fueran candidatos para la cirugía de la epilepsia, una alternativa terapéutica que se utiliza en hospitales.

Una sustancia especial

El aceite de cannabidiol (CBD) se aprobó como medicamento anticonvulsivo para el tratamiento de tipos poco comunes de epilepsia que ocurren en niños, como el síndrome de Dravet, el síndrome de Lennox-Gastaut y el complejo de esclerosis tuberosa. Sin embargo, había pocas investigaciones en torno al CBD y las personas adultas con convulsiones focales que se manifiestan en una zona determinada del cerebro.

Según destacan las investigadoras en el estudio, el aceite de CBD altamente purificado de cannabis sativa es el único fármaco derivado del cannabis que demostró actividad anticonvulsiva en trabajos anteriores. En 2018 fue aprobado por la Administración de Drogas y Alimentos de los Estados Unidos como medicamento anticonvulsivo para el tratamiento del síndrome de Dravet y el síndrome de Lennox-Gastaut. En 2019, la Agencia Europea del Medicamento siguió sus pasos con las mismas indicaciones.

Cada vez contamos con más evidencia científica sobre la respuesta excelente que presentan muchas de estas patologías con el uso del cannabis y cómo median en las emociones de las personas”, resalta la especialista.

Controlable y desconocida

La epilepsia es un trastorno crónico no transmisible del cerebro que puede afectar a gente de todas las edades. Se caracteriza por convulsiones recurrentes (descargas eléctricas excesivas en un grupo de células cerebrales que pueden producirse en diferentes partes del cerebro), que se traducen en episodios breves de movimiento involuntario y que pueden involucrar una parte o todo el cuerpo. Además, puede ir acompañado de pérdida de conciencia, control del intestino y de la vesícula.

Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de 50 millones de personas en todo en el mundo sufren este trastorno, de las cuales el 80 por ciento se encuentra en países de ingresos bajos y medios. Esta enfermedad neurológica es una de las más comunes y se estima que hasta el 70 por ciento de las personas que la padecen puede llevar una vida normal si recibe el tratamiento adecuado, algo que no suele suceder en los países empobrecidos.

Sobre las epilepsias resistentes a fármacos, investigadores españoles advierten que afecta a una cuarta parte de quienes transitan la enfermedad. Aunque este trastorno puede tener bases genéticas, infecciosas, metabólicas e inmunológicas, todavía se desconoce su causa en la mitad de los casos a nivel mundial.

Fuente: Agencia de Noticias Científicas UNQ 

 

Una app para los problemas de salud mental: riesgos y desafíos en la coexistencia continua de lo digital y lo analógico

Por Victoria O´Donnell

La presencialidad cuesta y la oferta de ayuda rápida y asequible gana terreno. ¿Son efectivas y seguras estas herramientas?

En la era digital, la tecnología ha permeado prácticamente todos los momentos y necesidades de nuestra vida cotidiana, incluida la búsqueda de tratamientos en salud mental. Con más de 10.000 aplicaciones disponibles y numerosos obstáculos para acceder a la atención en salud mental de manera presencial, especialmente en poblaciones de menores ingresos (a quienes se les suman las barreras económicas además de la estigmatización), la oferta de ayuda rápida y asequible se vuelve sumamente atractiva. Sin embargo, surge la pregunta: ¿son estas herramientas verdaderamente efectivas y seguras?

A pesar de su gran potencial, muchas aplicaciones son desarrolladas por startups o empresas que carecen de los protocolos de desarrollo que requieren el involucramiento de profesionales de la salud mental (se estima que menos del 2% cuenta con estudios clínicos aprobados que respalden su eficacia). Durante la pandemia, en Estados Unidos la regulación de la Food and Drug Administration (FDA) se volvió más laxa para poder sortear las barreras físicas del contexto, aumentando como efecto colateral la preocupación sobre la calidad y validez de estas herramientas (está en debate si se retrocede en la medida). 

Antes de la pandemia, las aplicaciones tenían que ser más conservadoras en los claims/afirmaciones o promesas de valor que tenían mientras que ahora pueden, con muy poco, posicionarse como tratamientos o sustitutos de atención. Es decir, aplicaciones que antes solo se podían promocionar como instrumentos de “wellness” o de bienestar, luego de la pandemia pueden usar términos médicos o psicológicos como ansiedad o depresión, así como también hacer mención a tipos de terapia (cognitiva, gestáltica) y prometer un resultado esperado (reducción de síntomas por ejemplo). 

En un escenario de baja accesibilidad, y baja calidad de información para la toma de decisiones, los jóvenes, nativos digitales por excelencia, son especialmente vulnerables a los riesgos de este tipo de propuestas si no son debidamente desarrolladas y evaluadas. El peligro de que se utilicen esos datos indebidamente, o se filtren por una seguridad deficiente, y se puedan usar para decidir sobre la empleabilidad, el valor del seguro o simplemente exponer la vida íntima de una persona de manera pública sin un consentimiento informado es aterrador y posible.

Mientras los profesionales de la salud mental enfrentan estrictas regulaciones y sanciones en su ejercicio, y los datos de salud son considerados sensibles por la legislación nacional, las sugerencias de descargas están basadas en las calificaciones en Apple Store y Google Play, donde lo que se pone en juego es la bondad de ajuste al algoritmo de posicionamiento, el marketing y los recursos invertidos. 

La seguridad, eficacia, anonimización, mantenimiento, robustez e integración con los sistemas sanitarios deberían ser algunos de los criterios que permitan identificar y priorizar los desarrollos responsables. 

Las aplicaciones de salud mental pueden ser un aliado clave permitiendo y fortaleciendo la aplicación diaria de estrategias indicadas contra los padecimientos por parte de los profesionales y ofreciendo disponibilidad y atención continua, entre otras ventajas. Ya existen aplicaciones desarrolladas con muchísima responsabilidad y casos de éxito tanto a nivel nacional, con honrosos representantes, como a nivel internacional. También se están construyendo marcos de regulación y de evaluación muy interesantes y responsables. Es inicuo entonces también para esas iniciativas rigurosas que no se haya conseguido aún implementar el ecosistema necesario para poder ordenar este universo. 

Tanto el usuario como los profesionales de la salud, deben tener las herramientas para poder distinguir de manera eficiente entre aquellos desarrollos que aportan beneficios en un tratamiento y aquellos que desalientan la atención o presentan riesgos a nivel seguridad e impacto. De ese modo, entonces, los responsables de la atención en salud mental podrían decidir si les resulta útil incorporar alguna aplicación como complemento del tratamiento o también alertar sobre su uso (imprescindible en un escenario de adopción masiva de inteligencia artificial generativa en forma de chatbots que se alimentan de tecnologías como GPT, Bard o similares sobre las que existe aún un entendimiento incompleto).

Argentina lidera mundialmente en cantidad de psicólogos por habitante (200 cada 100.000) con lo cual tiene un gran potencial para abordar esta problemática. Incluir profesionales de la salud y usuarios desde el desarrollo, la implementación hasta el seguimiento bajo un marco regulatorio claro y atento es necesario para que sea una intersección virtuosa entre tecnología y salud. Aunque a priori suene un tema de nicho, cómo se lidia con los padecimientos o los malestares psicológicos en un contexto de coexistencia continua de lo digital y lo analógico se vuelve ubicuo, importante y urgente. 

Como en muchos otros temas, la normativa y concientización suelen correr por detrás de la hipervelocidad de lo que se denomina la era exponencial. Sin embargo, dado el resguardo que les debemos a la población joven de poder desarrollarse con el derecho a la intimidad y el resguardo de su privacidad (como tuvimos, en parte, los que crecimos analógico), como también a entornos de prevención y tratamiento que preserven su bienestar, la preocupación y gestión de riesgos de estos temas no pueden demorarse mucho más. La acción conjunta del Estado, de las organizaciones, universidades, sociedad civil y regiones es esencial para poder hablar francamente del mayor secreto a voces que es la problemática de salud mental en sus distintas expresiones.

El rol del Estado: algunas alternativas

Además de poder propiciar las conversaciones pertinentes para la prevención, promoción y tratamiento oportuno, con un adecuado marco en la esfera digital existen por lo menos 3 modelos de involucramiento desde el Estado que pueden coexistir: 

  1. Que el Estado pueda tener desarrollo propio de aplicaciones, como en algunas regiones de Corea del Sur y Estados Unidos;
  2. Modelos mixtos de reintegro donde el Estado o las obras sociales realizan devoluciones por el costo de las aplicaciones aprobadas si son pagas como si fuera una prestación más, como sucede en Alemania; 
  3. Desarrollos privados sin integración estatal, como ocurre en la mayoría de los países, por el momento. 

No importa por cual se decida, en todas las expresiones es necesario una normativa clara y un monitoreo constante, como también un consenso social y político de poder problematizar estas temáticas y abordarlas con los recursos necesarios y conocimientos pertinentes. 

La salud mental, una problemática social

La influencia del entorno en muchas de las aflicciones psicológicas hace que las ciencias sociales no puedan ser ajenas a los debates que se dan sobre las subjetividades y la forma en la que se padecen y se abordan. No por nada, uno de los libros fundacionales de la sociología trata el suicidio como fenómeno social y corona a Durkheim como uno de los principales referentes de la ciencias sociales cuantitativas. 

Poder individualizar el tratamiento es un abordaje lógico. Sin embargo, no es posible dejar de lado la lectura sobre los condicionantes sociales y culturales del malestar ni las transformaciones a nivel comunitario. Cargar a una persona de manera individual con toda la carga y el costo que en muchos casos expresan las fricciones que la rodean sin evaluar el ambiente que se le propicia a nivel social es cuanto menos injusto para quien lo padece. Esto nos lleva a preguntarnos si los entornos que generamos y sostenemos (desde el aspecto más material del urbanismo y sus parques hasta lo más etéreo de lo simbólico y las representaciones culturales) son promotores de buena salud mental y propician el tratamiento y la recuperación.

La discordancia entre la relevancia del tema a nivel individual, en charlas íntimas o de círculos cercanos, y su lugar en la agenda pública es llamativa. Mucha gente oculta que toma medicación o que tiene algún diagnóstico o simplemente que le cuesta lidiar con las circunstancias y no se siente “funcional” en las expectativas propias y/o sociales. Como cientistas sociales esa brecha es en sí misma un fenómeno que despierta alertas y la necesidad de examinarlo con más detenimiento. Incluso grupos muy abiertos e inclusivos con otras temáticas en salud mental muchas veces caen, y caemos, en estigmas o tabúes que no se corresponde con el resto de nuestra mirada sobre lo social ni con la prevalencia que tienen estos problemas a nivel mundial. 

Junto al feminismo, el ambientalismo y la búsqueda por mayor equidad, la lucha por una mejor promoción y atención en salud mental son andamiajes claves y necesarios para todo desarrollo sustentable e inclusivo en nuestros tiempos. La perspectiva tanto de las ciencias sociales como desde la tecnología son dos miradas que no pueden quedar afuera de las reflexiones sobre las transformaciones que necesitamos en esa dirección.

Fuente: Cenital