Homo Deus, Harari y la religión

El escritor israelí Yuval Noah Harari reflexiona sobre el futuro de la humanidad en su libro “Homo Deus” tras el éxito de “Sapiens”.

El profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Yuval Noah Harari, sorprendió al mundo literario con la publicación de “Homo Deus: Breve historia del mañana”, en la que se plantea dos cuestiones fundamentales: ¿qué es un humano? y ¿qué es la religión? En base a estas inquietudes, Harari reflexiona sobre lo que puede ocurrir de ahora en adelante. ¿Se puede decir algo nuevo sobre la historia de la humanidad? ¿Se puede decir algo sobre su futuro que la prospectiva científica o la ciencia-ficción no haya explorado ya? En su primer libro, “Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad” despliega una gran narrativa de lo que ha ocurrido hasta ahora. En este escrito intenta abordar la cuestión a futuro, lo que vendrá.

Cuadro de Jan van Eyck. Foto: Emmanuel Dunand

 

El escritor y profesor español, Jorge Wagensberg, analiza y profundiza las palabras de Harari al introducirnos en sus planteos existenciales. Un humano, describe, como cualquier animal, vive en un mundo de objetos físicos y de emociones. Un humano, como cualquier animal, tiene un lenguaje para comunicarse con su entorno. Sin embargo, el lenguaje humano es único en una cosa: sirve para crear ficciones, cosas que no están en los objetos ni de las emociones, como el dinero, los mitos, los dioses. ¿Y para qué sirven las ficciones? Pues nada menos que para cohesionar elásticamente un colectivo numeroso de individuos. Los leones, los chimpancés o los neandertales solo forman colectivos de pocos individuos porque el líder necesita invertir mucho tiempo y energía para actualizar su autoridad. Los insectos sociales sí pueden reunirse en colectivos homogéneos de millones de individuos, pero de una manera desesperadamente rígida. En cambio, un humano solo tiene que montar una buena ficción (un dios, una bandera o unos colores deportivos) para conseguir, cómodamente, una fuerte unidad colectiva, afirma Wagensberg. Por su mayor corpulencia y por su mayor cerebro, un neandertal superaba con creces a un sapiens en el combate uno a uno, pero este último lograba mantener unidos colectivos más numerosos gracias distintas habilidades. Según esta original teoría alternativa, el neandertal no desapareció por el cambio climático, sino por su incapacidad para contar mentiras.

De aquí, prosigue Wagensberg sobre el libro de Harari, surge una brillante definición de religión: todo conjunto de normas para la conducta humana garantizado por una autoridad suprahumana, lo cual a su vez puede lograrse de dos modos: por vía sobrenatural (una divinidad) o por vía natural (una ley de la naturaleza). La física cuántica no es una religión porque, aunque se basa en leyes naturales, de ella no se derivan juicios morales o reglas de convivencia. Y el ajedrez tampoco es una religión porque, aunque dicta reglas que regulan el comportamiento, estas son humanas y las podemos cambiar si hace falta. El gran mérito de esta definición extendida es que sirve para releer la historia de la humanidad de punta a punta: religión es el paganismo griego, religiones son los monoteísmos tradicionales, religión es el budismo (aunque no hable de dios), el estalinismo, el nazismo o el humanismo liberal. Los faraones dominaron el mundo con sus ficciones durante tres milenios, los papas con las suyas durante más de un milenio y el humanismo con las suyas durante dos o tres siglos. Las religiones teístas ofrecen un paquete compacto y completo de certezas para garantizar la cohesión colectiva y para calmar el ansia de inmortalidad individual. El mayor descubrimiento de la ciencia ha sido la ignorancia. Pero ha tolerado la emergencia de otros mitos. El crecimiento indefinido por ejemplo es una ficción de cualquier economía moderna que contradice descaradamente el segundo principio de la termodinámica.

La inmortalidad en el más aquí es el mito para una nueva religión. Un organismo vivo es un algoritmo y nada impide que este persista indefinidamente. Ni siquiera hace falta ya comprender la realidad. Todo son datos. Un buen sistema de información me conoce mejor desde fuera que yo a mí mismo desde dentro. El humanismo ha muerto, viva el dataísmo. Los datos predicen tormentas, recomiendan tratamientos médicos, la música que quiero escuchar, etcétera. Sobre la pregunta trascendental de Harari, Wagensberg la retoma: ¿se puede vivir sin religión? Quizá no, por definición de humano, por definición de religión, porque un colectivo humano sin ficciones quedaría inerme frente a cualquier otro que se invente un dogma con el que sus creyentes puedan reconocerse y cohesionarse.

Fuente: Diario El País