¿Es saludable beber alcohol o lo mejor es ni probarlo?

Por Elena Sanz para SINC.

Varios expertos se han expedido sobre los últimos estudios de consumo de alcohol y su impacto en la salud, ya que cada vez más gente cree que tiene algún beneficio, cuando no es real.

Son las 9 de la mañana, y el laboratorio está en absoluto silencio. Rudolph Schutte prepara una solución de etanol al 70 % para desinfectar los equipos cuando, de buenas a primeras, levanta la vista de los instrumentos y suelta una sonora carcajada. “Es asombroso, absolutamente increíble, que consumamos por diversión la misma sustancia que usamos para matar bacterias y virus”, dice para sus adentros este experto en fisiología cardiovascular y epidemiología de la Universidad Anglia Riskun (Reino Unido).

La anécdota nos la cuenta al preguntarle por sus últimos estudios acerca de los efectos del consumo de alcohol sobre la salud y los mitos acerca de la protección cardiovascular entorno a esta sustancia. “El gel hidroalcohólico que empleamos desde que empezó la pandemia de covid-19 para desinfectar las manos es precisamente eso, alcohol, etanol”, puntualiza. Y ese etanol no solo destruye microorganismos: destruye en general a las células. “Está claro que nos han tenido que lavar muy bien el cerebro para que nos hayamos creído que consumir alcohol podría tener algún beneficio para la salud, ¿no le parece?”, continúa.

 
La última encuesta de consumo de drogas realizada en España por el Ministerio de Sanidad indica que cada vez más gente cree que beber alcohol es saludable o forma parte de una dieta equilibrada. / © Adobe Stock

No le faltan razones para estar asombrado. Para empezar, porque el alcohol se relaciona de manera causal con más de 200 enfermedades y con 6 tipos de cáncer. Pero también porque, a escala global, es el tercer factor de riesgo relacionado con los estilos de vida con mayor carga de enfermedad. Y sin embargo, la última encuesta de consumo de drogas realizada en España por el Ministerio de Sanidad indica que cada vez más gente cree que beber alcohol es saludable o forma parte de una dieta equilibrada.

Estudios fallidos por mala praxis
 

Uno de los motivos por los que hasta ahora los estudios arrojaban datos confusos sobre los verdaderos efectos del alcohol, opina Schutte, es que las comparaciones se hacían entre abstemios y bebedores. “Eso suponía un problema, porque un largo porcentaje de abstemios lo es por problemas de salud, lo que implica que en realidad son un grupo de alto riesgo, y no un adecuado grupo de control”, aclara. La buena noticia es que este aspecto de los estudios ha cambiado y se suele calcular el riesgo (o beneficio) del consumo de alcohol comparando a los bebedores ocasionales con los consumidores moderados. “Y ahí ya se está viendo claramente que la relación entre consumo de alcohol y salud es lineal”, avanza Schutte.

Otra mala praxis que enmascaraba el perjuicio que supone el consumo de alcohol era mezclar todo tipo de bebidas alcohólicas en los estudios epidemiológicos. “Se ha hecho aun sabiendo que el efecto perjudicial del vino es mucho menor que el de la cerveza y otra bebidas espiritosas”, lamenta el investigador, que no es nada partidario de meterlas a todas en el mismo saco.

A esto se le suma que, en lo que a salud cardiovascular se refiere, hasta hace poco el foco de atención se centraba en los efectos de la bebida sobre la incidencia de enfermedades de las arterias coronarias y de infarto de miocardio. Si se amplía a otras patologías vasculares, los posibles efectos protectores del alcohol desaparecen.

Los expertos insisten en que la mejor recomendación es el consumo cero de alcohol. / Pixabay

“Existe una asociación favorable entre el alcohol procedente del consumo de vino y la salud coronaria, que por cierto aún no sé explicar, quizás se deba al popular el revesratol”, apunta el científico. “Pero el consumo de otras bebidas alcohólicas tiene el efecto contario: hace que aumenten las cardiopatías”.

Mejor no consumir, y si se hace, lo mínimo
 

La conclusión de Schutte es rotunda: la cantidad recomendada de alcohol debería ser cero. “Mis investigaciones indican que incluso una o dos pintas de cerveza al día pueden perjudicar a la salud”, justifica en alusión al estudio que acaba de publicar en la revista científica Journal of Hyperthension basado en el seguimiento a 500.000 pacientes durante siete años.

Rosario Ortolá, investigadora en el departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid, es de la misma opinión. “Venimos de unos años de mensajes confusos a la población basados en algunos estudios epidemiológicos que afirmaban que beber una o dos bebidas alcohólicas al día mejoraba la salud cardiovascular, incluso se empezó a recomendar una copita de vino diaria como hábito saludable, pero los estudios tenían déficits metodológicos importantes”, corrobora. En efecto, una vez que se han corregido, hemos visto que el consumo de alcohol es dañino incluso en cantidades pequeñas.

“Lo que decimos en Salud Pública ahora mismo es que no hay evidencia científica alguna de que para mejorar la salud haya que recomendar beber alcohol y que, aunque los riesgos de beber un vaso de alcohol al día son ínfimos, está demostrado que aumenta riesgo de cáncer, mama, colon y estómago”. Razones de sobra, subraya, para que sea mejor evitarlo. “No consumir alcohol, y si se consume, cuanto menos mejor: ese es el mensaje”, resume. Aunque es consciente de que la misión de la Salud Púbica nos es prohibir sino informar sobre los riesgos “para que cada persona tome una decisión con conocimiento de causa”.

Ortolá es partidaria de desterrar la expresión “consumo moderado” y reemplazarla por “consumo de bajo riesgo”. “Es lo que se está empezando a hacer en los círculos epidemiológicos, y esa nueva terminología implica que asumimos que el riesgo cero no existe cuando consumimos alcohol”, matiza.

El caso particular del vino
 

¿Y el resveratrol? ¿Ha dejado de ser la panacea este polifenol, antioxidante natural, presente en los arándanos, la uva y el vino tinto? Pues no está tan claro y, aunque lo fuera, “querer consumir este polifenol antioxidante tan potente nunca puede ser una justificación para beber alcohol, porque está presente también en muchas frutas”.

Las personas que consumen vino suelen tener mayor nivel socioeconómico, siguen dietas más saludables y practican más ejercicio físico. / Pixabay

Puesta a desterrar mitos, Ortolá también pone en duda que los beneficios del vino sean tan distintos a las del resto de bebidas. “Posiblemente es una ilusión óptica, una mala interpretación de los datos: obviamos que las personas que consumen vino suelen tener mayor nivel socioeconómico, siguen dietas más saludables y practican más ejercicio físico”.

Maira Bes Rastrollo, profesora de medicina preventiva y salud pública en la Universidad de Navarra, incorpora algunos matices. “Aunque como experta en salud pública soy partidaria del alcohol cero, basándonos estrictamente en las evidencias no podemos simplificar tanto el mensaje”. Está claro que no se debe fomentar que quien no consume alcohol empiece a hacerlo. Pero, ¿qué pasa con las personas que ya beben y quieren seguir haciéndolo? “Pues todo depende de la edad: en menores de 30 años, la tolerancia con el alcohol debe ser cero, ninguna persona debería beber; pero a partir de los 40 la cosa cambia un poco”, le explica a SINC.

Lo hace poniendo sobre la mesa datos del último informe sobre la Carga Mundial de las Enfermedades (Global Burden of Disease, en inglés), publicados por la revista The Lancet hace pocos meses. Los análisis indican que el 59,1 % de los adultos jóvenes con edades comprendidas entre 15 y 39 años están consumiendo cantidades de alcohol que ponen en riesgo su salud. Y si nos fijamos solo en los hombres se eleva hasta el 76,7 %. Preocupante, no cabe duda.

Sin embargo, y aquí viene la polémica, los datos indican también que a partir de los cuarenta “un consumo muy, muy moderado puede tener cierto efecto protector frente a enfermedades cardiovasculares y diabetes”. En esos casos, en lugar de indicarle al paciente tajantemente “deje usted de beber”, se le puede recomendar “mantener un consumo muy moderado, optando preferentemente por vino tinto, sin llegar jamás a emborracharse, repartido a lo largo de toda la semana y acompañando siempre a las comidas”, relata la investigadora. Es decir, lo que los expertos denominan un patrón mediterráneo del consumo de alcohol.

Informar como en el etiquetado como con el tabaco
 

Bes está implicada en un proyecto llamado Nameti que aspira a ser el primer estudio en medir de manera objetiva la influencia que la bebida tiene en nuestro organismo, con un ensayo aleatorizado y sin influencia de la industria. Para despejar las dudas sobre los efectos del alcohol de una vez por todas.

Sea cual sea el resultado, si algo tiene claro Maira Bes es que “si alguien bebe mucho alcohol, la recomendación será siempre que disminuya el consumo, aunque cuánto exactamente dependerá de su edad”. Pero “bajo ningún concepto los expertos en salud podemos recomendarle a un paciente que empiece a beber como medida protectora, eso es una aberración”, insiste la investigadora navarra.

Esto se explica no solo por las implicaciones fisiológicas directas, sino porque el alcohol dispara el riesgo de accidentes de tráfico, pérdida de autocontrol y depresión. Además de que se le atribuyen el 22 % de las muertes con violencia interpersonal, aumenta el riesgo de contraer tuberculosis y sida.

Parecen motivos de sobra para que la Sociedad Española de Epidemiología (SEE) reclame  que se obligue por ley a incorporar en las bebidas alcohólicas un etiquetado con información nutricional y advertencias sobre los daños que produce el consumo de alcohol, de forma similar a lo establecido con los envases de tabaco, como ya han hecho varios países europeos.

 
 
 
 
Fuente: SINC.

Yo acuso, un libro que cuestiona la posición dogmática de los médicos que tratan adicciones

AGENCIA DE NOTICIAS CIENTÍFICAS UNQ

En este artículo, el psiquiatra Federico Pavlovsky reseña la obra de Annie Mino y advierte: “La abstinencia no siempre es la prioridad”.

En los últimos días se ha traducido y publicado en castellano un texto crucial en la bibliografía de adicciones, la obra de la psiquiatra franco-suiza Annie Mino (1945-2015): “Yo acuso: las mentiras que matan a los adictos” (1996). 

Hace varios años un grupo de psiquiatras y psicólogos, que participábamos de un grupo de lectura que resultó bisagra en nuestras vidas, conocimos la obra del periodista ingles Johan Hari (Tras el grito, Paidós 2015) que nos alertó respecto a nuestra manera de pensar las adicciones. Por ese entonces ser adicto implicaba una etiqueta de marginalidad y enfermedad. Su punto de vista era apenas tomado en cuenta, los escasos usuarios que llegaban al servicio de salud mental debían cumplir nuestras indicaciones o retirarse, acción de lo más frecuente que denominábamos en nuestra jerga “resistencia” o “ausencia de demanda”.

Foto Crédito: Clarin

El texto, ahora publicado por la editorial Casa de Criaturas, tiene mucho de manifiesto personal y testimonia en forma cruda el cambio de perspectiva de la autora respecto a los adictos. Se autodenuncia en relación a la posición dogmática y moral de la mayoría de los médicos en relación a las adicciones, donde la única alternativa de tratamiento era la desintoxicación centrada en la búsqueda inexorable de la abstinencia. Mino se convenció, dolorosamente, que la mirada de muchos médicos constituía un elemento central de la baja accesibilidad de los pacientes al sistema de salud.

Un sistema (político-mediático-asistencial) que estigmatizaba el consumo de drogas y segregaba al usuario, porque dejaba afuera al no arrepentido, al que no aceptara “confesarse”, al que no buscara la sobriedad como redención. Mino enumera las palabras con las que se cataloga al usuario de drogas: “mentiroso”, “tramposo”, “violento” y nos formula una pregunta incómoda: ¿Qué tipo de relación terapéutica puede entablarse con un paciente así?

A contracorriente: una postura que quebró el paradigma

La experiencia de transformación personal de Mino, se desarrolló en un espacio y un tiempo: la ciudad de Ginebra a mediados de la década del 80, con alto nivel de consumo intravenoso de heroína, explosión de casos de VIH y marginalidad. En este contexto los tratamientos disponibles estaban focalizados exclusivamente en lograr la sobriedad, obtenían escasos resultados (30 por ciento de abstinencia a los 6 meses de la desintoxicación) y eran evitados por muchos usuarios.

En 1989, como responsable de la División de Abuso de Sustancias, Mino desarrolló (con resistencias enérgicas hasta en su propio equipo médico) programas de sustitución de metadona y luego dispositivos de prescripción de heroína. En su perspectiva, revolucionaria, argumentó que la abstinencia no siempre era la prioridad y que la dependencia era preferible a la muerte. En su texto, lo más parecido a un “cross a la mandíbula” en el sentido arltiano, acusa a los profesionales de la salud de un “abandono sanitario” por imponer esquemas de tratamiento alejados de las expectativas y necesidades de los usuarios.  

Mino documentó algunas consecuencias de los esquemas de remplazo con metadona: mejoría en la salud en términos globales, disminución notable de la delincuencia y disminución de la letalidad del consumo. Algunos pacientes con el tiempo (meses, incluso años) y luego de permanecer por largo tiempo dentro del sistema de salud y aun en consumo, optaron finalmente por tratamientos en búsqueda de la abstinencia. La experiencia tuvo un impacto social más allá de las drogas, produjo un viraje conceptual: del adicto como causa de problemas a la sociedad, a un miembro que podía colaborar con soluciones en su propia comunidad y ayudar a otros.

Hacia un modelo inclusivo 

Mino estaba convencida que era necesario incluir en el sistema de salud “a la mayor cantidad de adictos” y crear un vínculo con ellos, con el fin de mejorar sus condiciones médicas, afectivas, sociales y económicas. Como investigadora clínica, lideró investigaciones que mostraron la utilidad y eficacia en el plano sanitario de estos abordajes. Estudió en profundidad los comportamientos y necesidades de los usuarios de drogas (una obviedad en el mundo comercial, pero novedoso en el ámbito médico), para crear un sistema estratificado de tratamientos: desde la internación voluntaria hasta las salas de consumo supervisado de heroína, muchas de las cuales continúan en la actualidad.

En sus hallazgos documentó un hecho sorpresivo para muchos profesionales de la salud mental, en la medida que el abordaje terapéutico individual o grupal como medida inicial (la regla de un servicio de salud mental que se precie como tal), provocaba rechazo en algunos usuarios ya que implicaba conectarse con hechos vergonzantes o traumáticos. Para Mino, en las antípodas del paradigma prohibicionista, el uso de drogas representa una conducta privada, relativa e históricadonde la trayectoria de cada usuario debe buscarse un sentido a ese consumo. Encuentra en la figura del médico un rol específico y estratégico: aliviar el sufrimiento del usuario y, en paralelo, desalienta el intento de imponer su propia visión a quien pide ayuda.

El contraste entre Suiza y Argentina es tan obvio que no hace falta señalarlo, pero el eje central del libro de Mino va más allá: denuncia el abandono y la exclusión que han sido objeto las personas que consumen drogas. En el pasado y en la actualidad. En Ginebra y en Buenos Aires.

Un estudio científico descubrió que la niebla mental post COVID se asemeja a la enfermedad de Alzheimer

Los síntomas persistentes de la infección viral a largo plazo desconciertan a los especialistas médicos.

Investigadores descubrieron que la niebla mental experimentada por algunos pacientes después de superar el COVID-19 se asemeja a los síntomas experimentados por personas con enfermedad de Alzheimer, según un estudio reciente. La niebla mental, conocida como «niebla cerebral» en inglés, es uno de los síntomas que más desconciertan a los especialistas, y se caracteriza por la confusión, la dificultad para concentrarse, la lentitud en el procesamiento de pensamientos y los problemas de memoria.

El síndrome post COVID, también conocido como COVID prolongado o long COVID, se refiere a una serie de síntomas y signos que indican afectaciones en órganos más allá del sistema respiratorio, atribuidas al cuadro inflamatorio sistémico causado por el SARS-CoV-2 en el cuerpo. La niebla mental ha sido reportada por muchos pacientes que han sufrido la infección viral y persiste a largo plazo.

Según un estudio publicado en la revista científica Nature, la inflamación neurológica subyacente en trastornos como la enfermedad de Alzheimer y el síndrome post viral puede ser una explicación común para la niebla mental observada en pacientes con COVID-19. El estudio, realizado por investigadores de la Universidad de Oxford, analizó los cambios cerebrales en 785 participantes de un gran estudio británico. Se observó una reducción en el grosor de la materia gris, cambios en los marcadores de daño tisular y una reducción en el tamaño global del cerebro en los participantes infectados con el SARS-CoV-2.

Hasta que los mecanismos que causan la opacidad cerebral estén claros, es difícil dar respuestas a las preguntas más comunes. Foto: Getty

Los expertos también encontraron similitudes en la niebla mental experimentada por pacientes con COVID-19 con trastornos como la esclerosis múltiple, la esclerosis lateral amiotrófica, la enfermedad de Parkinson y otros síndromes postvirales. Estas similitudes sugieren que la neuroinflamación causada por la infección del SARS-CoV-2 podría explicar la niebla mental experimentada por tantas personas.

El panorama a futuro

Aunque todavía se desconoce por completo el mecanismo que vincula el virus con la manifestación de la niebla cognitiva, los estudios preliminares indican que hay similitudes con los efectos de la quimioterapia en pacientes con cáncer. La quimioterapia también puede provocar una niebla mental, conocida como quimio-cerebro, que afecta a la memoria, la concentración y el pensamiento lento.

La analogía se basa en el análisis de procesos inflamatorios aparentemente similares.

Los especialistas reconocen que aún hay muchas preguntas sin respuesta en cuanto a la niebla mental post COVID. Se necesita más investigación para comprender los mecanismos exactos y determinar la duración del problema y los posibles tratamientos. Algunos estudios sugieren que la niebla mental puede disminuir con el tiempo, pero persiste en algunos pacientes incluso después de un año.

Los tratamientos para la niebla mental deben ser personalizados y considerar las condiciones de cada individuo, incluyendo otros trastornos y tratamientos farmacológicos que estén siguiendo. La atención médica especializada es fundamental para abordar tanto las consecuencias físicas como mentales a largo plazo del COVID-19 y otras patologías relacionadas.

A medida que continúa la investigación, los especialistas esperan encontrar respuestas más claras y desarrollar estrategias de tratamiento más efectivas para ayudar a los pacientes que experimentan la niebla mental post COVID.

Fuente: Infobae