Vení al show de Stand Up científico en el C.C. Borges

Investigadoras e investigadores del sistema científico, tecnológico y académico participarán con sus números humorísticos basados en su labor cotidiana, sus objetos de estudio y sus anécdotas más curiosas.

 Te invitamos a la gran final del Concurso Nacional de Stand Up y Monólogos Científicos, que se celebrará el viernes 6 de octubre a las 17 h en el auditorio Astor Piazzolla del Centro Cultural Borges (Viamonte 525, CABA) con entrada libre y gratuita. 

A través de sus presentaciones, 16 investigadoras e investigadores del sistema científico tecnológico nacional, buscarán ganar su pasaje a la final de la primera edición del Certamen Iberoamericano de Monólogos Científicos “Solo de Ciencia” que tendrá lugar en Madrid, España, el próximo 28 de noviembre, en coincidencia con la celebración del Día Iberoamericano de la Ciencia.

Las y los participantes son: Alfonsina Barraza, Claudio Martinez, Enrique Corapi de la CABA; Mariana Ortecho y Alejandro Ferrari de  Córdoba; Víctor Passamai y Germán Ariel Salazar de Salta; Valeria Corbalán de Mendoza; Juliana Saponara, Roxana Aramburu y Javier García de Souza de La Plata; Gabriela Hernandez y Pablo Sanzano de Tandil; Jorge Mendez de Mar del Plata; Nadia Chiaramoni de Quilmes y Martín Ezequiel Farina de Monte Grande, todas localidades de la provincia de Buenos Aires.

La elección de la ganadora o el ganador estará en manos de un jurado integrado por la médica y comediante Sol Despeinada; la doctora en ciencias de la educación Constanza Pedersoli; la bióloga Paula Cramer; el científico y conductor de tv Andrés Rieznik; y el actor cómico y standupero Félix Buenaventura

E invita Los gastos de pasajes y alojamiento serán cubiertos por la Fundación Española de Ciencia y Tecnología (FECYT)

El Concurso Nacional de Stand Up y Monólogos Científicos, organizado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación a través de la Dirección de Articulación y Contenidos Audiovisuales con el apoyo de la Fundación Española de Ciencia y Tecnología (FECYT), apunta a dar a conocer, a través del humor -de manera amena y para todo público-, la labor científica y sobre quienes trabajan, sus vivencias personales y sus objetos de estudio. La iniciativa propone difundir la cultura científica para generar vocaciones y se enmarca en el acuerdo de colaboración vigente entre la cartera de ciencia y la FECYT para la producción de contenidos y el desarrollo de iniciativas de divulgación, con el objetivo de fomentar el uso del español como lengua vehicular de ciencia, periodismo y cultura científica de calidad.

La importancia de la biodiversidad del suelo en la agricultura

Por Mercedes Muñoz Cañas SINC.

Gran parte de los avances en producción agrícola se lograron casi sin evaluación de la pérdida de ecosistemas. En las últimas décadas se ha conseguido una mayor disponibilidad de alimentos, al tiempo que aumentaban amenazas como la erosión o la salinización, pero las nuevas estrategias europeas comienzan a considerar el suelo como un sistema vivo que establece relaciones con las especies que lo habitan.

La biodiversidad que habita el suelo desempeña un papel fundamental —pero aún poco conocido— en la conservación de multitud de beneficios que la naturaleza aporta a la sociedad (los llamados servicios ecosistémicos) y que son esenciales para la agricultura y la producción de alimentos.

Sin embargo, la mayor parte de los avances en producción agrícola se han logrado, y muchos de ellos continúan obteniéndose, casi sin evaluar la pérdida de biodiversidad de los suelos, en gran parte por un claro desconocimiento de la situación.

Si bien es cierto que muchos de estos progresos desde los años 50 han hecho aumentar la productividad y disponibilidad de alimentos, también lo es que han comprometido la salud del suelo incrementando, en algunos lugares, amenazas como la erosión o la salinización y, en la mayoría, disminuyendo el número de especies que lo habitan.

De ser un mero proveedor de sustrato y nutrientes para los cultivos, el suelo empieza a ser valorado como un sistema vivo, con una compleja red de relaciones entre las especies que lo habitan. / Pixabay.

Según fuentes oficiales como la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) o el IPBES (Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services), el cambio climático y las actividades humanas —entre ellas, una mala gestión de las prácticas agrarias— están conduciendo a una pérdida de la biodiversidad y sus funciones a una ratio estimada actual de extinción de entre 100 y 1.000 veces mayor de la que pudiera ser considerada natural.

Si nos centramos en el suelo, es importante destacar que se trata de un elemento esencial del capital natural, que alberga a aproximadamente el 25 % de la biodiversidad planetaria y, según la FAO, provee de manera directa o indirecta el 95 % de los alimentos que comemos.

Actualmente solo conocemos un 1 % de esa biodiversidad, que reúne a las especies en una intrincada relación multifuncional que contribuye a muchos de los servicios que provee el suelo. Además, y empleando los últimos datos aportados por la FAO, parece que el suelo se está perdiendo a un ritmo de entre 13 y 18 veces más rápido de lo que se está formando. En dicha pérdida, se incluyen millones de seres vivos que viven en esos ecosistemas.

Si observamos las nuevas estrategias europeas que están en marcha —como la de Biodiversidad, la de ‘La granja a la mesa’, la de Economía Circular o la del Suelo—, sin dejar de tener en cuenta la actual necesidad de reducir la entrada de insumos como fertilizantes y pesticidas, podemos ver cómo el cambio que necesitamos está empezando a ocurrir.

Aunque aún quede un largo proceso por delante, el suelo está pasando de ser visto como un mero proveedor de sustrato y nutrientes para los cultivos, a un sistema complejo y vivo que establece una intrincada y compleja relación entre los mismos y la red de especies que lo habitan.

Afortunadamente, desde hace aproximadamente una década, la biodiversidad del suelo ha empezado a cobrar más importancia y se están dedicando esfuerzos al estudio y comprensión de su estado de salud y, en consecuencia, en el correcto funcionamiento de los paisajes agrarios.

Para conseguir la sostenibilidad y la resiliencia de los campos, es necesario entender las funciones que realiza el suelo, mejorar la gestión y, sobre todo, comprender el rol que juega la biodiversidad que allí existe, dándole la relevancia que merece en cuanto a su función, así como a lo esenciales que resultan los procesos de los que dependen los sistemas agrarios.

El suelo y su biodiversidad, a través de prácticas sostenibles, pueden llegar a ser una ‘solución basada en la naturaleza’ y, en línea con la definición de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), una práctica que se apoya en el ecosistema y en los servicios que provee, para responder, en este caso concreto, al desafío de la seguridad alimentaria.

Para ello hay que mejorar el conocimiento, valorar cómo los cultivos interaccionan con la biodiversidad de suelo y evaluar las características y estructura de las redes de organismos que forman parte de él para así lograr una resiliencia de los campos agrícolas que asegure la estabilidad del sistema a largo plazo.

 
 
Fuente: UICN y SINC.

Un equipo de especialistas logró rearmar el árbol genealógico de cinco generaciones de ballenas

Por María Ximena Perez para AGENCIA DE NOTICIAS CIENTÍFICAS UNQ

Claves para entender la técnica que permite establecer el parentesco entre ejemplares que frecuentan los golfos de la Península de Valdés.

Colas, saltos, lomos, chorros de agua y “Paciencia” nadando con su cría en el Golfo San José. La foto se toma y la investigación sigue su curso para, finalmente, lograr armar el “árbol genealógico” de una familia de ballenas que, desde hace al menos 50 años, visita los golfos de la Península Valdés en Argentina. Así lo informan desde el Programa de Investigación Ballena Franca Australdonde se realiza el estudio y seguimiento de la ascendencia y descendencia, mediante la técnica de foto-identificación, de una familia de ballenas que, desde la década del 70, frecuenta el extremo noreste de Chubut.

Paciencia es “bisnieta” de la ballena que fue identificada en 1973 con el número 71. A su vez, “la 71” es madre de Antonia y ésta de Antonio y Docksider, de donde surgió la otra camada de ballenas que fueron registradas como Espuma, Luna y Paciencia. Esta última fue observada en 2019 con su hijo Aconcagua y hace unos meses con otra cría, es decir, “tataranietos” de la primera anotada en el padrón fotográfico en 1973 por el investigador Roger Payne, pionero en ese campo.

Paciencia junto a su cría nacida en 2022. Crédito: Instituto de Conservación de Ballenas.

En diálogo con la Agencia de noticias científicas de la UNQMariano Sironi, director científico del Instituto de Conservación de Ballenas, donde se lleva a cabo la investigación, explica que conocer las relaciones de parentesco entre los miembros de una familia de ballenas permite determinar variables que son importantes para describir su biología. “Con estos datos podemos saber, por ejemplo, cada cuántos años las hembras tienen crías, que en promedio es cada tres, o a qué edad tienen su primera cría, que suele suceder a los nueve años”.

También, los registros del mismo individuo a lo largo de muchos años sirven para determinar la longevidad de las ballenas. Si estas variables cambian, pueden indicar modificaciones en el ecosistema que están afectando a las ballenas. “Si los intervalos entre partos se alargan, esto es una indicación de que las hembras pueden tener una condición corporal limitada que no les permite quedar preñadas. Esto tiene impacto en la dinámica de la población”, apunta Sironi.

El «árbol» de «Paciencia»

Gracias a este reencuentro con Paciencia, se pudo saber que la familia de la ballena N° 71 sigue creciendo. “A partir de las fotografías comenzamos la búsqueda en el catálogo de foto-identificación, para comparar la ballena avistada en el Golfo San José con las imágenes. Al hacer el ‘identikit’, comparando el detalle del patrón de callosidades y de las manchas dorsales entre las fotos del catálogo y las recientemente tomadas, todo coincidió a la perfección”, destaca la bióloga Camila Muñoz Moreda. Y completa: “Estábamos ante la presencia de la “bisnieta” de la ballena 71, registrada hace 50 años y, a su vez, con la cría”.

Según detalla Sironi, las relaciones de parentesco se determinan mediante la foto-identificación de individuos. Esto es especialmente importante en el año de su nacimiento, cuando un ballenato está junto a su madre. “Si conocemos a la madre con anterioridad, entonces en muchos casos conocemos a hermanos, abuelas, tíos y tías”, dice. Y suma: “Dicho así puede sonar simpático, pero en el análisis científico nos permite monitorear el estado general de la población, su dinámica, distribución espacial y otras variables”.

¿Cómo se identifican?

Las ballenas francas pueden identificarse individualmente analizando el patrón de callosidades de sus cabezas, áreas de piel engrosada y cubierta de crustáceos blanquecinos llamados “ciámidos”. “El patrón de callosidades es único en cada animal y permanece casi inalterado a lo largo de su vida, algo similar a lo que sucede con las huellas dactilares de las personas”, dice. En ese sentido, tomando fotografías de la cabeza de las ballenas desde un avión, se identifican las ballenas usando programas especialmente diseñados, y así se aprende sobre su dinámica poblacional, biología y comportamiento.

Con todo, lo cierto es que “Paciencia”, esta ballena hembra de 15 años, además de seguir el intervalo normal de parición de 3 años, demuestra que el dispositivo satelital no altera el ciclo reproductivo y que las ballenas regresan a las aguas de Península Valdés para traer nuevas crías a esta población.

Fuente: Agencia de Noticias Científicas UNQ