La ciencia de lo común en las crónicas de la vida.
Episodio 1 < Son de otro planeta >
Por Santiago Olmos.
Mientras caminaba con mi perro Virgilio por la Avenida Constituyentes, reflexionaba sobre el poder de las palabras y cómo una sola puede cambiar el significado de una oración. Al llegar cerca del nuevo café «El Faro», decidimos ir a nuestra mesa de siempre en el antiguo bar, al que no concurría desde hacía dos años. Allí me encontré con Iván que estaba comiendo unos ñoquis a la bolognesa antes de comenzar su segundo turno. Es docente. Miraba la pantalla de tv que daba a la calle Pampa y un comentarista anunciaba que un presunto globo espía de China había sobrevolado el territorio de Estados Unidos. Después de varios días de vigilancia por parte de un avión caza F-22, las autoridades estadounidenses habían decidido derribar el objeto volador no identificado.
— Che Iván ¡qué moderno y sofisticado está el faro! —, pensando interiormente que en la noche seguro sonaban canciones de Metallica en versión bossa nova ¡Qué horror!. Todo me parecía extraño. Había mesas nuevas, el billar brillaba por su ausencia; la pista de baile estaba ocupada por sillas extrañas y había más televisores que de costumbre. Muy invasivos. Information Overload ¡Susurré! También se notaba mucho la ausencia de mi viejo. Murió en la pandemia y yo me enteré internado en un centro de rehabilitación.
En la pantalla se repetía una y otra vez la explosión del globo, Iván mostraba esa sonrisa tan suya en cada detonación. Es un individuo sereno, algo reservado y en ocasiones un poco abrupto, aunque nunca llega a ser descortés.
— Al principio decían que eran OVNIS —, dijo con los ojos clavados en el plato.
— Tengo una fatiga informativa —, le contesté.
— Como te gustan los chinos de moda —, me respondió en clara alusión a Byung-Chul Han y su libro “El enjambre».
— Es surcoreano —, le reproché haciéndome cargo de la provocación. — Y sostiene que vivimos sobrecargados de información y que estamos perdiendo nuestra capacidad de discernir lo que es importante de lo que no—.
Me miró irónicamente. — ¡Resulta que todo tiene que ser impactante y dramático para llamar la atención del público! Todo fake news papááá. Ni ovnis ni globos chinos; un simple globo de 12 dólares propiedad de un grupo de radioaficionados norteamericanos. Encima gastaron 400 lucas verdes para bajarlos ¿Qué se puede esperar de la tecnología militar más avanzada del mundo, verdad? ¡Son los padres de la desinformación! Y la “Guerra de los Mundos”, la primera fake news de la historia! —, remató. — ¡Son de otro planeta estos yankees! —.
— ¡Increíble! —, respondí con asombro. — Es una locura pensar que gastaron tanta plata y recursos en algo que resultó ser un simple globo —.

— No es la primera vez que se gastan grandes sumas de dinero en cosas absurdas. Acá en Argentina, por ejemplo, tenemos el monumento a la estupidez: la cancha de Racing e Independiente están a una cuadra de distancia. Hay que ser pelotudo —, intervino en la conversación Marcelo «Cañete» Perales, el mozo. — Ahora al chamuyo le dicen ‘feikkk niusss’. ¡Y además te voy a decir otra cosa! Orson Welss estuvo en Morón. Vino de Río de Janeiro, donde filmaba un documental sobre Brasil financiado por el gobierno de los yankisss. Te lo digo porque yo lo atendí en un bar de por allá. Es más, cuando lo vi, pensé que era ‘Pichuco’. De eso no me olvido más —.
— Según tengo entendido, el origen de las fake news se remonta a Francia. En el siglo XVIII, los ciudadanos de las clases menos favorecidas esperaban fuera de los palacios reales a que las personas de la alta sociedad tirasen sus desechos líquidos. A menudo estos individuos ebrios y desafortunados, mientras esperaban la “orina bendita”, se enteraban de los últimos acontecimientos de la realeza francesa y vendían esta «información» a los tabloides de la época a cambio de dinero. De esta manera, se estableció lo que hoy conocemos como «rumeur», o rumor —.
— Bueno como vos digas, periodista y falso filólogo ¡Vocación de chismoso Santi! —, me dijo mientras se atoraba los últimos ñoquis.
— Vos mismo lo decís, querido Iván. El rumor es un dato que alguien acerca y tiene como finalidad instalar algo, el chisme no. Eso es otra cosa muy distinta. El chisme tiene una intencionalidad y está cargado con toda la subjetividad de quién lo ejecuta. El rumor aún tiene per se la potencialidad de su veracidad. El chisme es una verdad que no se cuestiona ¡Así se construyeron algunos medios de comunicación! Un papagayo lleno de orina… —
— Che viste el cartel de “adiestramiento canino” que está ahí en el palo de luz a media cuadra de tu casa — le pregunté mientras lo miraba a Virgilio ladrarle a unas pibas que hacían malabares sobre la calle Salvador del Carril.
— ¿A qué no sabes quién lo puso? —, su risa me indicó la respuesta. En mi interior sabía a quién apuntaba. Tenía ganas de reír, sin embargo, un miedo demencial comenzó a adueñarse de mi. Miré las mesas alrededor y vi gente sola escribiendo en computadoras, celulares; un espacio dominado por el Big Data y la gobernabilidad algorítmica, como un gran virus adueñándose de las formas, los modos, la vida. A la vez recordaba a William Burroughs. Ese enorme escritor que borracho mató “accidentalmente” a su esposa jugando a Guillermo Tell con un calibre .38, solo que en vez de ponerle una manzana en la cabeza, le colocó un vaso de whisky. Luego se convirtió en un adicto eterno a la heroína para aliviar su culpa. El mismo que había sentenciado que la lengua es un músculo y el lenguaje un virus.
— Llamando a la tierra… ¡Che colgado! Voy a la escuela. Me toca dar la clase de computación a los chicos de 5A, pero solo hay cinco máquinas para treinta pibxs. Hacemos lo que podemos, ¿sabes? — me dijo con indignación mientras le pagaba a Marcelo la cuenta, pero yo estaba distraído con la televisión. Marley acababa de confirmar el nombre de su futura hija y el motivo por el cual la mujer que gestó a Mirko no fue elegida como su vientre subrogado.
— Chau Iván, nos vemos— le respondí aturdido. Aproveché la cercanía de Marcelo para preguntar sobre el menú del día.
— ¿Cómo están esos ñoquis, Marce? — pregunté con entusiasmo.
Él respondió sin dudar: — ¡Te vas a chupar los dedos, Santi! ¡Son de otro planeta! —