Ya casi ni duermo porque hasta dormido pienso

Por Romina Zanellato

La frase de Khea, de su nuevo disco, habla sobre su depresión. Lo mismo hicieron Alejandro Sanz y Marilina Bertoldi. Un tema que deja de ser tabú.

Era 2017. La curva ascendente de El quinto escalón estaba dejando atrás al freestyle y aparecían las canciones. Eran tiempos -no hace tanto, pero parece mucho en la urgente juventud- donde el Snapchat era canchero. Khea no tenía ni 18 años. La primera canción que grabó, su estreno en un estudio, fue con su amigo Duki y la jefa Cazzu, hicieron el gran hit del trap argentino. «Loca«, la primera canción del género que perforó su propio techo, sonó en todas las radios, los teléfonos, los parlantes, los autos durante una temporada. Khea, la voz e imagen de esa canción, estaba en la gloria. «Loca» tiene en YouTube más de 700 millones de reproducciones. Tan pegadiza que Bad Bunny hizo un remix. Y a partir de ahí, otro hit, y después otro más. Las cifras lo confirman: 10 millones de oyentes mensuales. A partir de ahí las fiestas, las pastillas, el ritmo vertiginoso e indomable del éxito. «Un día me levanté, me miré al espejo y me dije no sé si esto es lo que quiero», dice en el trailer de su último disco. La depresión tocó a su puerta y lo que vino con ella fue el aislamiento y los ataques de pánico. Casi dos años paró su carrera. 

La salud mental es el tema central de su nuevo disco. Su nombre es Serotonina, la sustancia química que el cuerpo produce de forma natural a nivel neurotransmisor, que cuando está baja produce ansiedad, temblores, y cuando está alta se siente bienestar. En la Caja Negra de Julio Leiva, Khea contó sobre su historia familiar, la internación psiquiátrica de su mamá cuando él era chico, su tendencia a la depresión: “Mi diagnóstico fue depresión con rasgos de paranoia. Tomaba un montón de pastillas, pensaba que me iban a internar, ni yo entendía lo que me pasaba, estaba cansado de todo lo que tenés que hacer para vivir”. Con 23 años, empezó terapia, un camino espiritual para reencontrarse y hablar de lo que le pasaba. Allí encontró un proceso de sanación. Eso le trajo la recuperación personal y la de los lazos laborales, hasta empezar a hacer música de nuevo. «En Serotonina quise un disco más conceptual transformando lo que viví en arte», le dijo a Leiva. Lo de Khea no es aislado. Cada vez más músicos y artistas hablan sobre su salud mental.

 

En la misma semana que salió el disco del trapero, Alejandro Sanz habló sobre su propia experiencia en su cuenta personal de Twitter. De gira por Latinoamérica, el 26 de mayo dijo: “No estoy bien. No sé si esto sirve de algo pero quiero decirlo. Estoy triste y cansado. Por si alguien más cree que hay que ser siempre una brisa de mar o un fuego artificial en una noche de verano. Estoy trabajando para que se me pase… llegaré a los escenarios y algo dentro me dirá qué hacer. Pero a veces no quiero ni estar”. Dos días después, el cantautor que en su carrera vendió más de 25 millones de discos en todo el mundo, ganó 24 Grammys Latinos y 4 Grammys estadounidenses, contó más sobre su situación: “He tenido un brote fuerte este fin de semana y aunque aún no termina de llegar la luz, parece que se ha despertado una luciérnaga en mi pecho. No quiero suspender la gira porque creo que con la ayuda correcta y un poco de comprensión y apoyo en los shows, lo vamos a sacar adelante. Además creo que encerrarme no es buena idea”. 

Si Khea puede funcionar acá como un representante de la juventud, con 23 años, y Sánz como uno mayor, de 54, al que le pasa más o menos lo mismo, Marilina Bertoldi es la que está en el medio, con 34 años. Para la salud mental no hay premios, ni shows, ni seguidores, ni géneros, ni cantidades de seguidores que importen, ni clases sociales. «En la pandemia llegué a un límite. Entré en una, en un pozo muy fuerte, como hacía muchos años que no tenía. Volví a asustarme, a sentir que me volvía loca. Después sentí que estaba loca», me dijo cuando la entrevisté para la revista Rolling Stone en mayo de 2022. El encierro en sí misma, sumado al de la pandemia, fue un ahogo que la aisló, pero tomó la decisión de salir adelante, de ver el amor que tenía alrededor con sus amigos, su familia y su público. «Y empecé a informarme sobre salud mental. Empecé a hacer terapia otra vez y a comunicarme muy de a poco». En Mojigata hay una canción que retrata ese período de depresión, “Vivo pensando en ayer”, en la que se pregunta: «¿Me alcanzarán, me alcanzarán / Esas pastillas que me hacen sentir más normal?”

La depresión ocupa la principal posición entre los trastornos mentales y es dos veces más frecuente en mujeres que en hombres, según la Organización Mundial de la Salud. Entre el 10 y 15% de las mujeres en países industrializados y entre el 20 y 40% de las mujeres en países en desarrollo lo sufren. 

En Argentina, 1 de cada 3 personas presenta un problema de salud mental a partir de los 20 años. Las problemáticas más frecuentes son los trastornos de ansiedad, del estado de ánimo y los problemas por consumo de sustancias, indica la web del Ministerio de Salud de la Nación. Pero los padecimientos no son irreversibles, pueden tratarse. Hablar y romper los estereotipos, como bien estuvieron haciendo los artistas, representa un primer paso para derribar falsas creencias y superar la estigmatización hacia las personas con trastornos de salud mental.

Fuente: Cenital

 

La tormenta perfecta: ¿cómo crecen las apuestas deportivas online y afectan a los jóvenes?

POR AGENCIA DE NOTICIAS CIENTÍFICAS UNQ

En este artículo, los especialistas Federico Pavlovsky y Gustavo Irazoqui*, reflexionan sobre un nuevo comportamiento compulsivo social, silencioso y a dos clics de distancia.

“Doctor, lo llamo porque mi hijo de 15 años, un buen alumno en el colegio, una persona que jamás nos trajo problemas, nos ha endeudado de una manera que nunca creí posible. Acabamos de descubrir que apuesta con el celular hace meses y que incluso ha pedido créditos para pagar algunas deudas. Nosotros no podemos creer que esto esté pasando y él está avergonzado y destruido”

Aquí y ahora estamos intentando delimitar con poco éxito la frontera entre uso razonable y problemático de la tecnología. La inteligencia artificial nos deslumbra con sus aristas sorprendentes y temerarias, sufrimos un aumento exponencial de estafas virtuales y los menores están más expuestos que nunca al acoso a través de las redes. A esta lista de preocupaciones relacionadas con el mundo digital, se suma un nuevo hecho social con repercusiones económicas, psicológicas y sociales: el mundo de las apuestas online.

Jóvenes que apuestan online desde sus celulares, a dos clics de distancia. Créditos: Punto a Punto.

Aunque hay escasas estadísticas oficiales al respecto, se estima que entre el 1 y el 3 por ciento de la población mundial es adicta al juego. Gracias a estudios realizados en Estados Unidos, Canadá y Australia, también se puede advertir que el pico epidemiológico son los jóvenes entre 18 y 30 años.   

En los primeros esfuerzos de los profesionales de la salud mental de catalogar problemas de salud mental que implicaban el juego y la tecnología, la Organización Mundial de la Salud en 2015 inauguró el concepto trastornos por videojuegos. De manera recienteel Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales incluyó el término trastorno por juego de azar. Según las estadísticas del Observatorio de Adicciones y Consumos Problemáticosel 30 por ciento de la población mantiene algún tipo de vinculación con el juego, y dentro de ese porcentaje el 95 por ciento corresponde a personas que lo hacen recreativamente, el 3.5 por ciento son jugadores problemáticos y el 1.5 por ciento corresponde a compulsivos.

Pero aquel jugador descrito por Fiódor Dostoievski, que pasaba noches enteras pegado a la ruleta, gobernado por pensamientos mágicos, rituales y un final siempre idéntico, la pérdida de todo, ya no es el tipo de jugador más frecuente (aunque no ha dejado de existir). El desarrollo frenético de la tecnología, la interconexión global, la rapidez de internet, los teléfonos inteligentes como dispositivos multi propósito, la experiencia masiva de los usuarios con las redes sociales, las campañas publicitarias implacables y la escasa regulación (que siempre corre muy por detrás de los desarrollos de tecnología), han propiciado las condiciones para un nuevo comportamiento compulsivo social, silencioso, íntimo y a dos clics: las apuestas online.

El monstruo en las sombras

En la ludopatía que todos conocíamos, la persona se ausentaba largas horas, existía todo un folklore y coreografía asociada al “jugador”.  Los caballos, el bingo, el casino, las máquinas tragamonedas se vinculaban con comportamientos tribales. En el caso paradigmático de la ruleta, una persona se ausentaba horas (o días), se iba a jugar a la costa o incluso a otro país (existe un turismo muy específico y de élite para eso). En las apuestas online, en cambio, el usuario participa con su celular, que está asociado a su cuenta bancaria (o muy frecuentemente a las de sus padres) o a las plataformas de pago virtual.

El hecho de no manejar dinero en términos materiales, favorece cierta desconexión con el aspecto económico del comportamiento.  En una reunión de trabajo, en la previa del cine, en una noche con insomnio, en la fila del supermercado; a todo momento se puede apostar algo. No solo se apuesta por el resultado del encuentro, sino también la cantidad estimada de tiros libres hasta expulsiones o minutos de los goles.

El viejo Prode (con su Local, Empate y Visitante) queda casi ridiculizado frente a este vértigo de posibilidades. Las empresas de apuestas, además, en su plan de promoción “regalan” crédito para los primeros movimientos. Las casas de apuestas deportivas comienzan a aparecer cada vez más como sponsor de clubes, y hasta algunos torneos llevan sus nombres, intentando penetrar cada vez más como un eslabón natural del juego. Al mismo tiempo comienza a haber sospechas de arreglo de juegos, sobre todo en las categorías más bajas; no sería extraño que se desate algún escándalo en poco tiempo con algún partido. Es matemático: en ocasiones perder puede ser un buen negocio. El tenis profesional ya mostró hasta dónde pueden llegar las apuestas como condicionantes de resultados deportivos, como ejemplifican los casos de causas legales iniciadas a tenistas profesionales.

Los adolescentes como usuarios principales

La promoción de estas apuestas, en muchos casos a través de referentes del periodismo deportivo, se focaliza en adolescentes y adultos jóvenes. Publicitan en redes sociales, Youtube, Tik Tok e Instagram y utilizan los acontecimientos deportivos de interés nacional. Muchos conocimos el nombre de estas empresas en el mundial que ganó Argentina hace pocos meses.

Las apuestas online tienen características para facilitar la compulsión: se utiliza el teléfono que ya tenemos (en Argentina hay más celulares que personas), no se necesita mucho dinero para apostar e incluso las empresas dan crédito para empezar a jugar, lo cual lo hace accesible para jóvenes. Como en todo juego de azar, hay éxitos puntuales y aleatorios (que en psicología conductual reciben el nombre de reforzador de la conducta) que, por su carácter imprevisible, promueven notablemente en el jugador la idea distorsionada de que uno tiene cierto don especial para realizar pronósticos y esto, naturalmente, invita a seguir jugando.

Asimismo,se puede aportar en todo momento a cualquier deporte en cualquier parte del mundo, lo cual brinda una amplitud horaria sin límites. Se puede apostar a la tentadora combinación, en donde si acierto resultados combinados y consecutivos mis posibilidades de ganancias se multiplican de forma exponencial.

Entre aquellos que se desarrolla una conducta adictiva, existen una serie de alteraciones neuropsicológicas propias de otros tipos de adicciones: sensibilización de incentivo, errores de predicción e incluso craving (el deseo imperioso de una conducta, en este caso jugar) y se pueden incluso tipificar fases clásicas de instalación del problema: fase de ganancia, fase de perdida, fase de desesperación y fase de agotamiento. Es frecuente también que el comportamiento se asocie en forma simultánea a otros problemas, de los cuales el abuso de sustancias es el mas frecuente. En muchos casos el jugador empieza a perder y donde muchos se detienen, otros comienzan un espiral de pequeñas deudas que se intenta remontar a través de nuevas apuestas e incluso créditos usurarios (otro negocio que ha destruido la vida de mucha gente). Cuando uno viene perdiendo, el sentimiento es de mucha vergüenza y en ocasiones este sentimiento fomenta el circulo vicioso para seguir apostando.

Falta de conciencia social

Una característica esencial de este fenómeno es la falta de conciencia social e individual de la problemática. La gran mayoría de personas no sabe que este tipo de juegos puede desembocar en una potencial conducta adictiva, y si pocos pacientes con consumo problemático comienzan un tratamiento, en este rubro ese número es aún menor.

En este sentido vale la pena mencionar el trabajo de Jugadores Anónimos por su rol a la hora de visibilizar el problema y por ofrecer ayuda anónima y gratuita. Tenemos cierta sensibilidad social a los problemas con drogas y las adicciones químicas, pero tendemos a relativizar ciertas adicciones como las apuestas online o la pornografía, conductas íntimas que pueden causar un deterioro profundo de la vida de una persona.

Son adicciones en algún sentido más disimulables y para las cuales aún no tenemos tratamientos tan definidos o con gran evidencia. Así como los cigarrillos, las bebidas alcohólicas y recientemente los alimentos, llevan advertencias sobre uso y consumo; las páginas y aplicaciones muchas veces no advierten sobre este riesgo.

La maquinaria del azar ha lanzado sus cartas y aún estamos asimilando la dimensión del problema. Pero una cosa ya sabemos: la banca siempre gana.

*Federico Pavlovsky es psiquiatra y Gustavo Irazoqui es psicólogo.

Fuente: Agencia de Noticias Científicas UNQ 

Consumo responsable de ropa: ¿sabemos cuánta se recicla y cómo contamina?

Por Cristina Sáez para SINC.

Compramos un 60 % más de ropa que hace una década, aunque, paradójicamente, la llevamos puesta menos que nunca, ya que la tiramos cuando la hemos usado menos de 10 veces. Solo el 1 % se recicla y el resto se convierte en residuos contaminantes como los microplásticos.

El uso en aumento de fibras sintéticas, la base de la moda rápida, propicia que llevemos puestos plásticos tratados con miles de sustancias químicas dañinas para la salud y el medioambiente.

En esta época de rebajas, entre los artículos que más consumismos está precisamente el textil. Según la ONU, compramos un 60 % más de ropa que hace una década. De hecho, entre 2000 y 2015 la producción de estas prendas en el mundo se duplicó, mientras que su uso se redujo. Se estima que, de media, desechamos la ropa después de haberla usado solo entre siete y ocho veces. En Europa, cada persona consume 26 kg al año y tira 11 kg, lo que traduce en 5,8 millones de toneladas de residuos textiles anuales.

Lejos de lo que se suele pensar, menos del 1 % se recicla para hacer prendas nuevas, de acuerdo con datos de la Fundación Ellen MacArthur. La mayoría, alrededor del 87 %, o bien se incinera, lo que conlleva emisión de gases tóxicos a la atmósfera —el sector textil es el responsable de entre el 5 % y el 10 % de las emisiones globales de CO2, más que los vuelos internacionales y el transporte marítimo juntos—. O bien acaba en vertederos de Europa del este, Asia, África o América del Sur.

En Europa, cada persona consume 26 kg de ropa al año y tira 11 kg, lo que traduce en 5,8 millones de toneladas de residuos textiles anuales. / EFE/ Sebastián Mariscal

En este sentido, las imágenes del desierto chileno de Atacama cubierto por verdaderas praderas de camisetas, tejanos o chaquetas son ya, lamentablemente, icónicas. De la misma forma que lo son las montañas textiles de Ghana o las de los brazos gigantes, como arañas, de tejidos embarrancados en las playas del hemisferio sur. Esos millones de toneladas de ropa se van descomponiendo lentamente y, por procesos de lixiviación, emanan gases tóxicos para las personas que hurgan en las pilas de deshechos y acaban convirtiéndose en gases de efecto invernadero.

“Como la ropa que se fabrica y que compramos es cada vez de peor calidad, se puede recuperar cada vez menos”, lamenta Gema Gómez, directora ejecutiva de Slow Fashion Next, una plataforma pionera de formación en moda, sostenibilidad y negocio.  Reciclar una prenda, explica, requiere un trabajo manual de retirado de botones y cremalleras, para empezar, lo que complica y encarece el proceso de recuperación.

Además, señala, “a menudo [las prendas] contienen mezcla de fibras, como algodón y poliéster, lo que hace que no se reciclen porque resulta muy costosa la separación de materiales.

La industria de la moda es la cuarta causa de presión ambiental del planeta, después de la alimentación, la vivienda y el transporte, debido al consumo acuciante de recursos que realiza.

Por ejemplo, para producir una camiseta de algodón se necesitan unos 2.700 litros de agua, la misma cantidad que bebe una persona en 2,5 años. Y, por si todo esto fuera poco, la ONU señala que es la segunda industria más contaminante del planeta.

Una producción que no para de crecer
 

Actualmente, se producen unos 109 millones de toneladas anuales de material textil, de las cuales 32 millones proceden de plantas, como el algodón o el bambú; 7 millones de fuentes animales, como la lana; y 1,7 millones de fibras celulósicas, como el liocel. Se llevan la palma las fibras sintéticas, como elastano, vinilo, acrílico, obtenidos a partir del petróleo, que suponen un 68,2 % del total fabricado. De estas, el poliéster es la más utilizada, con 57,1 millones de toneladas, según recoge la organización Fibershed.

“En los años 70 y 80, la mayoría de las fibras usadas para la ropa eran naturales. En el año 2000 ya se igualó el consumo de estas y el de poliéster, mientras que ahora dos tercios del total son sintéticas”, resume Ethel Eljarrat, investigadora del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC) y organizadora de las jornadas sobre contaminación por plásticos, Plastic’2022, centradas en la industria textil.

El motivo por el que las empresas optan cada vez más por el poliéster es que “es mucho más barato” que las fibras naturales, apunta la científica. Eso explica en buena medida por qué entre el año 2000 y 2020 se duplicó su producción, de acuerdo con el informe Fossil Fashion, de la fundación Changing Markets, lo que, a su vez, contribuyó al gran auge del fast fashion y recientemente del ultra fast fashion, prendas tan baratas que permiten cambiar de armario casi cada pocos días.

“Las fibras sintéticas son las que han abierto la puerta al sobreconsumo de la moda. Con otros materiales, sería impensable”, señala Gómez, que alerta de que, además, ahora con la compra de ropa de poliéster “estamos financiando la guerra de Ucrania”. Esta experta en sostenibilidad explica que las dos fábricas mundiales principales de poliéster están ubicadas en China e India, que importan petróleo ruso para fabricarlo. “De las principales 50 marcas que hacen ropa de poliéster, 39 compran en alguna de esas dos fábricas”, afirma.

 

«Dicen que tienes veneno en la piel»

El problema de usar poliéster no es solo que procede de un combustible fósil altamente contaminante, sino que, además, para tratarlo y darle las propiedades deseadas a los polímeros de plástico que lo componen se les debe someter a una serie de procesos en los que se emplean una gran cantidad de sustancias químicas.
 

De hecho, “se asocian más de 10.000 aditivos químicos a la ropa, de los que 2.400 generan preocupación por temas de salud y 60 de los cuales ya se ha demostrado en estudios científicos que son bastante dañinos, con capacidad para causar problemas de tiroides, cáncer, diabetes o infertilidad”, resalta Eljarrat.

Si bien las fibras sintéticas son las que contienen más de estas sustancias como tintes, metales pesados, ftalatos, bisfenoles, filtros solares o sustancias perfluoradas —que pueden representar más del 50 % de su peso—, también los tejidos naturales las contienen, aunque en una proporción muy inferior. “Un kilo de poliéster contiene hasta 580 aditivos químicos”, asegura Gómez.

En este sentido, la Universidad Rovira i Virgili realizó un estudio que concluye que el uso continuado de prendas de vestir fabricadas con poliéster podría resultar peligroso para la salud. Para ello, analizaron la composición de 150 prendas de distinto origen, procedencia y marca; constataron que muchas contenían metales que al estar en contacto con la piel podían resultar tóxicos. El caso más preocupante era el de las camisetas para running o fútbol, en las que hallaron antimonio, una sustancia que se usa como catalizador para fabricar las fibras de poliéster y que puede quedar impregnado en ellas. En contacto frecuente con la piel, puede provocar irritaciones, alergias, ser absorbido por el organismo y ocasionar problemas de salud serios.

Otro estudio en EE UU  analizó 77 prendas de bebé de distintas tiendas y halló BPA o bisfenol A, una sustancia química industrial usada para fabricar ciertos plásticos, considerada un potente disruptor hormonal, en el 82 % de las muestras. Estaba más presente en los tejidos sintéticos y era más abundante en los calcetines, que los bebés suelen chupar y meterse en la boca. El estudio estimaba que a través de la ropa los niños estaban expuestos a 7,20 nanogramos por kilo de peso y día, cuando las recomendaciones de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria señalan que el máximo tolerable es de 0,04 nanogramos por kilo de peso y día.

“A diferencia de la alimentación, en la ropa no se controlan los productos químicos que se utilizan y no tenemos conciencia, como sociedad, de que aquello que llevamos encima puede permear a través de la piel y pasar a la sangre”, destaca Gómez, que recuerda que desde hace años distintos sectores de la sociedad reclaman que se legisle para que las empresas textiles estén obligadas a poner en la etiqueta todo lo que la prenda contiene.

Microplásticos en todas partes

El problema de la contaminación por compuestos químicos se agrava aún más en el caso de las fibras sintéticas porque se fragmentan en pedazos muy pequeños. Se estima que unos 0,5 millones de toneladas de microfibras, tanto naturales como sintéticas, acaban en mares, océanos y ríos cada año.
 
En el caso de aquellas procedentes de tejidos como el poliéster se consideran microplásticos y son capaces de atraer y acumular las sustancias tóxicas presentes en el medio marino y de transportarlas a largas distancias. Una vez en el mar, los microplásticos se fragmentan en pedazos más pequeños, por la acción de la luz solar y del oleaje, y se van transformando en nanoplásticos, que tienen aún más capacidad de penetrar en el organismo e incluso en las células.
 
FOTOGRAFÍA DE ALEXANDER STEIN, JOKER/ULLSTEIN BILD/GETTY IMAGES

Tanto unos como otros son irrecuperables del medio ambiente. Son ingeridos por la fauna marina, que los confunden con el plancton, y se acumulan en sus tejidos y órganos a lo largo de su vida, lo que les provoca toxicidad crónica. “Se los comen los peces y nosotros nos comemos a los peces y, por tanto, ingerimos todos esos microplásticos acumulados”, destaca Eljarrat.

Según el informe Nature of Fashion, se calcula que hay unos 900 microplásticos por cada metro cuadrado de tejido sintético. Esas microfibras se desprenden al lavar la ropa en la lavadora —se estima que cada vez que ponemos una lavadora se generan cerca de 2.000 fibras de plásticos— y también al secarla en la secadora. Un estudio reciente concluía que una sola secadora liberaba hasta 120 millones de microfibras anuales.   

Los microplásticos procedentes de la industria textil suponen un tercio de los que contaminan el medio marino. Aunque en teoría en occidente las aguas residuales se tratan en estaciones depuradoras, parte de esos microplásticos se cuelan hacia el mar. Otra parte queda retenida en los fangos de la depuradora, y esos residuos luego se usan como abono en tierras agrícolas. “Estamos esparciendo microplásticos por todos lados y afectando a otros sectores”, denuncia Eljarrat.

La exposición a esos microplasticos y a las sustancias químicas que contienen afectan a la salud humana. Actúan como disruptores hormonales e incluso en concentraciones bajas pueden ocasionar mutaciones a escala celular graves. “Se han encontrado microplásticos en heces humanas, en la leche materna, incluso en la placenta. Estamos expuestos a ellos incluso antes de nacer”, se lamenta Eljarrat.

Pero no solo estamos expuestos al ingerirlos, también los inhalamos. En el IDAEA-CSIC acaban de comenzar una investigación en este sentido. “De momento, vamos viendo que de todas las partículas del aire que recogemos en ambientes interiores, como casa, transporte, oficina, hallamos una concentración de compuestos tóxicos en suspensión, dentro de los cuales destacan los microplásticos de las fibras textiles”, apunta Eljarrat.

Fuente: SINC.