El imperio de los olores: ¿Cómo el olfato le habla al cerebro?

POR María Ximena Perez para AGENCIA DE NOTICIAS CIENTÍFICAS UNQ

Sin ningún tipo de filtro, es el más emocional de todos los sentidos y la forma más antigua de comunicación. Claves para entenderlo.

Un olor puede enamorar, determinar decisiones, causar cambios anímicos, abrir el apetito y, a la inversa, generar rechazo, provocar asco y hasta despertar dolores de panza. ¿Cuánto influye lo que el olfato le cuenta al cerebro? ¿Cómo se discriminan los aromas? ¿Cómo pueden los olores activar las emociones? 

Cuando el sistema nervioso capta olores en base a una combinación de habilidades innatas, experiencias individuales y orientaciones socioculturales, se ponen en marcha ciertos mecanismos que, en diálogo con la Agencia de noticias científicas de la UNQFernando Locatelli, Investigador del Conicet en el Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (UBA), los explica así: “Nacemos con una cantidad determinada de receptores olfatorios ubicados en el epitelio olfatorio, que interactúan con una cantidad determinada de odorantes o moléculas, capaces de generar la sensación de un olor. De acuerdo a la combinación de receptores que se activa con determinada molécula, es la identidad que nosotros vamos a percibir. Con pocos receptores, y a través de un sistema combinatorio, se pueden discernir millones de olores distintos”.

Los olores no se perciben de una manera consciente sino que generan y provocan estados anímicos particulares sin previo aviso. Crédito: Grazia.

En ese sentido, el investigador detalla que los receptores olfatorios están en las neuronas sensoriales olfatorias, encargadas de enviar directamente información de olor al bulbo olfatorio: el primer centro del olfato en el sistema nervioso central del cerebro. “Esto es una particularidad propia y única del olfato, que se traduce en una única neurona que transmite directamente al cerebro. Es una vía directa, sin ningún tipo de procesamiento de la información”, describe.

Olfato y cerebro: el dúo dinámico que activa las emociones

Así como un buen aroma puede provocar, por ejemplo, la sonrisa a un perfecto desconocido, o que se recuerde aquel verano, casi olvidado, también uno desagradable, artificial, químico, puede conseguir colarse por la nariz e instalarse en la garganta, contaminando todos los sabores y todas las emociones del día. Es decir, el olor es un potente activador de las emociones.

Esto sucede porque en el sistema límbico del cerebro, la parte que se encarga de regular las respuestas fisiológicas y emocionales del cuerpo, hay un órgano, la amígdala, que conecta aromas con emociones. De ahí que se pueda asociar determinados olores con la niñez o la adolescencia. Es decir, el cerebro, metódico, ordenado y siempre abierto a los estímulos, clasifica cada olor y lo incorpora a un archivo de aromas que, a su vez, está enlazado con uno relativo a las emociones. Si se suman y se relacionan aromas y emociones se consigue crear algo así como recuerdos (buenos o malos, según qué se huela) que quedarán grabados en la memoria y aflorarán cuando el olor asociado se repita.

Un sentido complejo y misterioso

Según dice el doctor en Biología e investigador del Conicet, “la plasticidad olfativa expresa el modo en que las percepciones y las codificaciones de los olores se modifican a medida que afrontamos experiencias que nos vinculan a ellos”. En esa dirección, detalla que “el olfato tiene un montón de cualidades explícitas e implícitas que nos alteran y modifican como seres humanos”. Explícitas porque los olores evocan recuerdos y experiencias; e implícitas porque tienen un valor de señal que indica, por ejemplo, que un ambiente puede ser o no amigable, o bien, que un peligro o una recompensa puede estar cerca. Como resultado, ello provoca que, en un ambiente determinado, la gente pueda sentirse más a gusto o no.

De este modo, el olfato se encuentra muy ligado a las emociones y es precisamente eso lo que dificulta al ser humano desarrollar una conciencia real y efectiva de todo lo es capaz de advertir mediante su bondadoso sistema. “En efecto, a pesar de que la mayoría de las veces nos resulta muy elemental, se trata de un sentido bastante complejo y misterioso”, concluye Locatelli.

Lo cierto es que, más allá de los olores innatos y los significados tras las experiencias particulares de cada individuo, el olfato es categorizado como una modalidad sensorial ancestral porque se trata de uno de los sentidos más primitivos, que denota una precisión admirable. Sin duda, el mayor aliado para hacer frente al mundo que nos rodea.

 

Fuente: Agencia de Noticias Científicas UNQ

Ya casi ni duermo porque hasta dormido pienso

Por Romina Zanellato

La frase de Khea, de su nuevo disco, habla sobre su depresión. Lo mismo hicieron Alejandro Sanz y Marilina Bertoldi. Un tema que deja de ser tabú.

Era 2017. La curva ascendente de El quinto escalón estaba dejando atrás al freestyle y aparecían las canciones. Eran tiempos -no hace tanto, pero parece mucho en la urgente juventud- donde el Snapchat era canchero. Khea no tenía ni 18 años. La primera canción que grabó, su estreno en un estudio, fue con su amigo Duki y la jefa Cazzu, hicieron el gran hit del trap argentino. «Loca«, la primera canción del género que perforó su propio techo, sonó en todas las radios, los teléfonos, los parlantes, los autos durante una temporada. Khea, la voz e imagen de esa canción, estaba en la gloria. «Loca» tiene en YouTube más de 700 millones de reproducciones. Tan pegadiza que Bad Bunny hizo un remix. Y a partir de ahí, otro hit, y después otro más. Las cifras lo confirman: 10 millones de oyentes mensuales. A partir de ahí las fiestas, las pastillas, el ritmo vertiginoso e indomable del éxito. «Un día me levanté, me miré al espejo y me dije no sé si esto es lo que quiero», dice en el trailer de su último disco. La depresión tocó a su puerta y lo que vino con ella fue el aislamiento y los ataques de pánico. Casi dos años paró su carrera. 

La salud mental es el tema central de su nuevo disco. Su nombre es Serotonina, la sustancia química que el cuerpo produce de forma natural a nivel neurotransmisor, que cuando está baja produce ansiedad, temblores, y cuando está alta se siente bienestar. En la Caja Negra de Julio Leiva, Khea contó sobre su historia familiar, la internación psiquiátrica de su mamá cuando él era chico, su tendencia a la depresión: “Mi diagnóstico fue depresión con rasgos de paranoia. Tomaba un montón de pastillas, pensaba que me iban a internar, ni yo entendía lo que me pasaba, estaba cansado de todo lo que tenés que hacer para vivir”. Con 23 años, empezó terapia, un camino espiritual para reencontrarse y hablar de lo que le pasaba. Allí encontró un proceso de sanación. Eso le trajo la recuperación personal y la de los lazos laborales, hasta empezar a hacer música de nuevo. «En Serotonina quise un disco más conceptual transformando lo que viví en arte», le dijo a Leiva. Lo de Khea no es aislado. Cada vez más músicos y artistas hablan sobre su salud mental.

 

En la misma semana que salió el disco del trapero, Alejandro Sanz habló sobre su propia experiencia en su cuenta personal de Twitter. De gira por Latinoamérica, el 26 de mayo dijo: “No estoy bien. No sé si esto sirve de algo pero quiero decirlo. Estoy triste y cansado. Por si alguien más cree que hay que ser siempre una brisa de mar o un fuego artificial en una noche de verano. Estoy trabajando para que se me pase… llegaré a los escenarios y algo dentro me dirá qué hacer. Pero a veces no quiero ni estar”. Dos días después, el cantautor que en su carrera vendió más de 25 millones de discos en todo el mundo, ganó 24 Grammys Latinos y 4 Grammys estadounidenses, contó más sobre su situación: “He tenido un brote fuerte este fin de semana y aunque aún no termina de llegar la luz, parece que se ha despertado una luciérnaga en mi pecho. No quiero suspender la gira porque creo que con la ayuda correcta y un poco de comprensión y apoyo en los shows, lo vamos a sacar adelante. Además creo que encerrarme no es buena idea”. 

Si Khea puede funcionar acá como un representante de la juventud, con 23 años, y Sánz como uno mayor, de 54, al que le pasa más o menos lo mismo, Marilina Bertoldi es la que está en el medio, con 34 años. Para la salud mental no hay premios, ni shows, ni seguidores, ni géneros, ni cantidades de seguidores que importen, ni clases sociales. «En la pandemia llegué a un límite. Entré en una, en un pozo muy fuerte, como hacía muchos años que no tenía. Volví a asustarme, a sentir que me volvía loca. Después sentí que estaba loca», me dijo cuando la entrevisté para la revista Rolling Stone en mayo de 2022. El encierro en sí misma, sumado al de la pandemia, fue un ahogo que la aisló, pero tomó la decisión de salir adelante, de ver el amor que tenía alrededor con sus amigos, su familia y su público. «Y empecé a informarme sobre salud mental. Empecé a hacer terapia otra vez y a comunicarme muy de a poco». En Mojigata hay una canción que retrata ese período de depresión, “Vivo pensando en ayer”, en la que se pregunta: «¿Me alcanzarán, me alcanzarán / Esas pastillas que me hacen sentir más normal?”

La depresión ocupa la principal posición entre los trastornos mentales y es dos veces más frecuente en mujeres que en hombres, según la Organización Mundial de la Salud. Entre el 10 y 15% de las mujeres en países industrializados y entre el 20 y 40% de las mujeres en países en desarrollo lo sufren. 

En Argentina, 1 de cada 3 personas presenta un problema de salud mental a partir de los 20 años. Las problemáticas más frecuentes son los trastornos de ansiedad, del estado de ánimo y los problemas por consumo de sustancias, indica la web del Ministerio de Salud de la Nación. Pero los padecimientos no son irreversibles, pueden tratarse. Hablar y romper los estereotipos, como bien estuvieron haciendo los artistas, representa un primer paso para derribar falsas creencias y superar la estigmatización hacia las personas con trastornos de salud mental.

Fuente: Cenital

 

La tormenta perfecta: ¿cómo crecen las apuestas deportivas online y afectan a los jóvenes?

POR AGENCIA DE NOTICIAS CIENTÍFICAS UNQ

En este artículo, los especialistas Federico Pavlovsky y Gustavo Irazoqui*, reflexionan sobre un nuevo comportamiento compulsivo social, silencioso y a dos clics de distancia.

“Doctor, lo llamo porque mi hijo de 15 años, un buen alumno en el colegio, una persona que jamás nos trajo problemas, nos ha endeudado de una manera que nunca creí posible. Acabamos de descubrir que apuesta con el celular hace meses y que incluso ha pedido créditos para pagar algunas deudas. Nosotros no podemos creer que esto esté pasando y él está avergonzado y destruido”

Aquí y ahora estamos intentando delimitar con poco éxito la frontera entre uso razonable y problemático de la tecnología. La inteligencia artificial nos deslumbra con sus aristas sorprendentes y temerarias, sufrimos un aumento exponencial de estafas virtuales y los menores están más expuestos que nunca al acoso a través de las redes. A esta lista de preocupaciones relacionadas con el mundo digital, se suma un nuevo hecho social con repercusiones económicas, psicológicas y sociales: el mundo de las apuestas online.

Jóvenes que apuestan online desde sus celulares, a dos clics de distancia. Créditos: Punto a Punto.

Aunque hay escasas estadísticas oficiales al respecto, se estima que entre el 1 y el 3 por ciento de la población mundial es adicta al juego. Gracias a estudios realizados en Estados Unidos, Canadá y Australia, también se puede advertir que el pico epidemiológico son los jóvenes entre 18 y 30 años.   

En los primeros esfuerzos de los profesionales de la salud mental de catalogar problemas de salud mental que implicaban el juego y la tecnología, la Organización Mundial de la Salud en 2015 inauguró el concepto trastornos por videojuegos. De manera recienteel Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales incluyó el término trastorno por juego de azar. Según las estadísticas del Observatorio de Adicciones y Consumos Problemáticosel 30 por ciento de la población mantiene algún tipo de vinculación con el juego, y dentro de ese porcentaje el 95 por ciento corresponde a personas que lo hacen recreativamente, el 3.5 por ciento son jugadores problemáticos y el 1.5 por ciento corresponde a compulsivos.

Pero aquel jugador descrito por Fiódor Dostoievski, que pasaba noches enteras pegado a la ruleta, gobernado por pensamientos mágicos, rituales y un final siempre idéntico, la pérdida de todo, ya no es el tipo de jugador más frecuente (aunque no ha dejado de existir). El desarrollo frenético de la tecnología, la interconexión global, la rapidez de internet, los teléfonos inteligentes como dispositivos multi propósito, la experiencia masiva de los usuarios con las redes sociales, las campañas publicitarias implacables y la escasa regulación (que siempre corre muy por detrás de los desarrollos de tecnología), han propiciado las condiciones para un nuevo comportamiento compulsivo social, silencioso, íntimo y a dos clics: las apuestas online.

El monstruo en las sombras

En la ludopatía que todos conocíamos, la persona se ausentaba largas horas, existía todo un folklore y coreografía asociada al “jugador”.  Los caballos, el bingo, el casino, las máquinas tragamonedas se vinculaban con comportamientos tribales. En el caso paradigmático de la ruleta, una persona se ausentaba horas (o días), se iba a jugar a la costa o incluso a otro país (existe un turismo muy específico y de élite para eso). En las apuestas online, en cambio, el usuario participa con su celular, que está asociado a su cuenta bancaria (o muy frecuentemente a las de sus padres) o a las plataformas de pago virtual.

El hecho de no manejar dinero en términos materiales, favorece cierta desconexión con el aspecto económico del comportamiento.  En una reunión de trabajo, en la previa del cine, en una noche con insomnio, en la fila del supermercado; a todo momento se puede apostar algo. No solo se apuesta por el resultado del encuentro, sino también la cantidad estimada de tiros libres hasta expulsiones o minutos de los goles.

El viejo Prode (con su Local, Empate y Visitante) queda casi ridiculizado frente a este vértigo de posibilidades. Las empresas de apuestas, además, en su plan de promoción “regalan” crédito para los primeros movimientos. Las casas de apuestas deportivas comienzan a aparecer cada vez más como sponsor de clubes, y hasta algunos torneos llevan sus nombres, intentando penetrar cada vez más como un eslabón natural del juego. Al mismo tiempo comienza a haber sospechas de arreglo de juegos, sobre todo en las categorías más bajas; no sería extraño que se desate algún escándalo en poco tiempo con algún partido. Es matemático: en ocasiones perder puede ser un buen negocio. El tenis profesional ya mostró hasta dónde pueden llegar las apuestas como condicionantes de resultados deportivos, como ejemplifican los casos de causas legales iniciadas a tenistas profesionales.

Los adolescentes como usuarios principales

La promoción de estas apuestas, en muchos casos a través de referentes del periodismo deportivo, se focaliza en adolescentes y adultos jóvenes. Publicitan en redes sociales, Youtube, Tik Tok e Instagram y utilizan los acontecimientos deportivos de interés nacional. Muchos conocimos el nombre de estas empresas en el mundial que ganó Argentina hace pocos meses.

Las apuestas online tienen características para facilitar la compulsión: se utiliza el teléfono que ya tenemos (en Argentina hay más celulares que personas), no se necesita mucho dinero para apostar e incluso las empresas dan crédito para empezar a jugar, lo cual lo hace accesible para jóvenes. Como en todo juego de azar, hay éxitos puntuales y aleatorios (que en psicología conductual reciben el nombre de reforzador de la conducta) que, por su carácter imprevisible, promueven notablemente en el jugador la idea distorsionada de que uno tiene cierto don especial para realizar pronósticos y esto, naturalmente, invita a seguir jugando.

Asimismo,se puede aportar en todo momento a cualquier deporte en cualquier parte del mundo, lo cual brinda una amplitud horaria sin límites. Se puede apostar a la tentadora combinación, en donde si acierto resultados combinados y consecutivos mis posibilidades de ganancias se multiplican de forma exponencial.

Entre aquellos que se desarrolla una conducta adictiva, existen una serie de alteraciones neuropsicológicas propias de otros tipos de adicciones: sensibilización de incentivo, errores de predicción e incluso craving (el deseo imperioso de una conducta, en este caso jugar) y se pueden incluso tipificar fases clásicas de instalación del problema: fase de ganancia, fase de perdida, fase de desesperación y fase de agotamiento. Es frecuente también que el comportamiento se asocie en forma simultánea a otros problemas, de los cuales el abuso de sustancias es el mas frecuente. En muchos casos el jugador empieza a perder y donde muchos se detienen, otros comienzan un espiral de pequeñas deudas que se intenta remontar a través de nuevas apuestas e incluso créditos usurarios (otro negocio que ha destruido la vida de mucha gente). Cuando uno viene perdiendo, el sentimiento es de mucha vergüenza y en ocasiones este sentimiento fomenta el circulo vicioso para seguir apostando.

Falta de conciencia social

Una característica esencial de este fenómeno es la falta de conciencia social e individual de la problemática. La gran mayoría de personas no sabe que este tipo de juegos puede desembocar en una potencial conducta adictiva, y si pocos pacientes con consumo problemático comienzan un tratamiento, en este rubro ese número es aún menor.

En este sentido vale la pena mencionar el trabajo de Jugadores Anónimos por su rol a la hora de visibilizar el problema y por ofrecer ayuda anónima y gratuita. Tenemos cierta sensibilidad social a los problemas con drogas y las adicciones químicas, pero tendemos a relativizar ciertas adicciones como las apuestas online o la pornografía, conductas íntimas que pueden causar un deterioro profundo de la vida de una persona.

Son adicciones en algún sentido más disimulables y para las cuales aún no tenemos tratamientos tan definidos o con gran evidencia. Así como los cigarrillos, las bebidas alcohólicas y recientemente los alimentos, llevan advertencias sobre uso y consumo; las páginas y aplicaciones muchas veces no advierten sobre este riesgo.

La maquinaria del azar ha lanzado sus cartas y aún estamos asimilando la dimensión del problema. Pero una cosa ya sabemos: la banca siempre gana.

*Federico Pavlovsky es psiquiatra y Gustavo Irazoqui es psicólogo.

Fuente: Agencia de Noticias Científicas UNQ